Francisco Javier Saldarriaga
El Colombiano, Medellín
Enero 18 de 2010
Titulan los medios: "17 militares dejados en libertad por vencimiento de términos". Se arma el revuelo entre las diversas instancias del Estado y empieza el señalamiento entre ellas; se recuerda la canción de Celia Cruz que decía: "Tongo le dio a Borondongo....".
Esto tiene antecedentes cercanos y muy sonados que, parece, se nos han olvidado.
Desde hace mucho rato, la Fiscalía tiene un jefe en interinidad y esto hace daño, mucho daño, puesto que el entorno ante estas situaciones transitorias es muy parecido al que se vive cuando se está finalizando el año en todas las actividades laborales: "Dejemos esto para el año próximo que ahora no producirá nada y muy posiblemente queda inconcluso".
Nada más ni nada menos, es lo que ha estado sucediendo con ese encargo tan largo de un personaje que está devengando el sueldo del Fiscal y le están prolongando el tiempo en ese cargo para, muy posiblemente, mejorar su jubilación o para hacerle un daño a la imagen del Ejecutivo o para mostrar que hay un poder superior e "independiente" que puede paralizar la aplicación de la justicia o, ¿quién sabe con qué propósitos?
Ante la misma situación de vencimiento de términos, otro juez decide no suspender la medida de aseguramiento, debido a que él, en su afán de protagonismo y con palabras llenas de emoción mas no de razón, aduce que los delitos imputados a esos personajes son aberrantes y que nunca los dejará en libertad, supongo que hasta que el juicio demuestre la verdad. Su discurso mostró un compromiso emocional que puede dar pie para recusarlo.
¿Qué tenemos? Un Fiscal interino que muy poco hace para que esa entidad marche. Unos empleados ante un jefe encargado que poco caso le hacen y una acumulación de procesos iniciados sin medir las consecuencias o las capacidades logísticas de la Fiscalía, puesto que por incapacidad, no sé si del personal o de la insuficiencia del mismo, los términos se vencen y se presentan estas situaciones vergonzosas.
Una Corte empecinada en demostrar su poder, sin importarle las consecuencias.
Unos jueces que actúan sin un norte definido y una desconfianza generalizada en la aplicación de justicia y esto último es tal vez la peor consecuencia de esas veleidades.
Ante la poca credibilidad de esa rama del poder público aparecen los que quieren hacer valer sus derechos por su propia mano, generando así la violencia que se podría prevenir cuando se aplica la ley objetivamente y sin lugar a interpretaciones políticas, personales o emocionales.
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