Editorial
El Mundo, Medellín
Enero 18 de 2010
Chile ha logrado llegar a un nuevo estado de desarrollo institucional, equiparable a su estabilidad económica
El oportuno reconocimiento que Eduardo Frei, candidato de la Concertación derrotado en la segunda vuelta presidencial, hizo de la victoria de Sebastián Piñera, aspirante de la Coalición por el Cambio; las declaraciones de sus coequiperos sobre la responsabilidad de los partidos izquierdistas en su primera derrota en veinte años de existencia, y la invitación de la presidenta Bachelet a que tengan su primera reunión este lunes, muestran la madurez que ha alcanzado la democracia chilena, y lo hacen con más claridad de la que podrían tener las palabras o adjetivos de los observadores que hemos seguido con sumo interés esta elección presidencial en la que se puso a prueba el sistema electoral de ese país y se generaron esperanzas en la reconfiguración de equilibrios en el continente americano.
Como lo han venido señalando ilustres analistas internacionales, Chile ha logrado llegar a un nuevo estado de desarrollo institucional, equiparable a su estabilidad económica, y ello queda demostrado en el castigo del electorado a los propagandistas que pretendieron usar la historia de un supuesto envenenamiento del ex presidente Frei Montalvo durante el gobierno Pinochet como artilugio para aumentar la popularidad del también ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Table. Con el rechazo a esa acción, los votantes chilenos notificaron a la izquierda panfletaria que tiene que dejar a un lado la apelación al odio al general Pinochet y su gobierno como arma electoral, lo que no quiere decir que ese país haya escogido la impunidad, sino que pretende dar vuelta a una página de su historia sobre la que hay suficiente ilustración, como lo había entendido la presidenta Bachelet, que culmina su gobierno en medio del aplauso general, y lo interpretó con sumo acierto el doctor Piñera, que invitó al electorado a pensar en el futuro por construir, no en el pasado imborrable.
Aunque la izquierda chilena posterior a Pinochet no ha sido extremista ni la presidenta Bachelet estuvo entre los aliados del presidente Hugo Chávez, y más bien fueron comunes sus enfrentamientos, tampoco se puede identificar a la Concertación como equipo dispuesto a trabajar con los países amigos de Estados Unidos, actitud que sí es dable esperar del gobierno del presidente Piñera. Gracias a su arribo a la Presidencia, se acrecienta la fuerza del que hemos llamado Eje Pacífico de América, que cobija en comunidad de interés a la mayoría de los países más occidentales del continente. Efectivamente, los actuales gobiernos de Canadá, Estados Unidos, México, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú y Chile, coinciden en sus opciones políticas, en conjunción que ha de favorecer un mayor equilibro y fortalecer el ambiente colaboracionista enmarcado en el respeto por la soberanía de las naciones. Queda, pues, plenamente derrotada la tesis de que el nuestro es un país aislado en Latinoamérica o bastante solitario en Sudamérica.
En contraste con los aliados que viene consiguiendo Colombia, sin que tenga que derrochar su presupuesto en conseguir amigos, el coronel Chávez sólo alcanza a sumar a sus validos: Nicaragua y Bolivia, y a contabilizar a su favor el apoyo que alcance a darle la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, que difícilmente puede ocuparse de Venezuela, cuando tiene que lidiar con sus problemas internos, agravados con su enfrentamiento con el presidente del Banco Central, Martín Recupa, que esta semana avanzó en su posición al ser restituido en su cargo por decisión judicial. Y la presencia de otros gobiernos izquierdistas no le asegura más aliados, pues si bien el presidente Lula no hace parte de la línea pro-estadounidense, tampoco patrocina las aventuras del coronel-presidente, y al presidente Correa de Ecuador lo vemos tomar prudente distancia de su antiguo amigo, para acrecentar su cercanía con el Imperio en asuntos críticos como la lucha contra el narcotráfico. El que progresivamente se aísla es, pues, un gobierno diferente al colombiano.
La segunda vuelta presidencial chilena también ha reconfigurado la política en ese país, dejando por fuera del camino al socialista Marco Enríquez-Ominami, quien apareció en este proceso con pretensiones de árbitro y demostró que ni siquiera tenía poder sobre el 20,13% del electorado que lo respaldó en la primera vuelta pero que no atendió su tibia invitación a respaldar a Eduardo Frei, con lo que se demostró que sólo alcanzó a representar a los sectores de centro que no se sentían a gusto con la campaña de la Concertación ni con la alternativa del empresario Piñera. Sin posibilidades de ser copartícipe del gobierno y en abierto enfrentamiento con las mayorías de la Concertación, el señor Ominami parece haber sido estrella fugaz en la política chilena.
En su última participación en un proceso electoral, el ex presidente Frei Ruiz-Table, obtuvo el respaldo del 48,38% de su pueblo, guarismo importante que le permite pasar a la historia como uno de los ciudadanos que contribuyó a consolidar la democracia en un momento en que la polarización de fuerzas hacía difícil armar instituciones estables. Ya tendrá la oportunidad de analizar los errores de su campaña y de hacer una trascendental contribución a que Chile de vuelta definitiva a la página del gobierno del general Pinochet para consolidar las que ahora escribe como país modelo de Suramérica.
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