Juan David Escobar Valencia
El Colombiano, Medellín
Enero 18 de 2010
"Todo país que participe en una guerra de guerrilla debe prepararse para una lucha prolongada. Los guerrilleros podrán continuar con su táctica de "pegar y correr" durante mucho tiempo aun con sus fuerzas reducidas". Henry Kissinger.
Desde el año pasado viene planteando alguien que ahora funge como académico, después de perder en el campo militar cuando perteneció a la guerrilla, que la política de Seguridad Democrática debe terminarse porque según él ya no está surtiendo el mismo efecto y por lo tanto la estrategia debe cambiarse. Cómo se nota que poco sabía o aprendió de estrategia cuando la de sus camaradas falló en el monte.
Desde la teoría estratégica y reconociendo la naturaleza del conflicto colombiano, no puede pensarse que el fin de este sea fácil ni cercano, pues no corresponde a una guerra regular, como sí lo aprendió Kissinger. A pesar de los intentos de hacer ver a la política de Seguridad Democrática como equivocada, incompleta o incluso en declive, los resultados de la estrategia que conlleva son muy positivos, aunque no definitivos todavía.
Cuando se elige la estrategia correcta es normal que los logros, en seguridad como en otros ámbitos, sean considerables en las primeras etapas, pero después de cierto tiempo los progresos notables pueden ser más difíciles de conseguir, incluso con períodos de estancamiento o retrocesos momentáneos, como corresponde a los resultados hasta ahora conocidos de la política de Seguridad Democrática. Un cambio de la estrategia actual por una negociación sería una de las alternativas, si los resultados de seguridad no estuviesen progresando consistentemente en el tiempo, a pesar de períodos de disminución en ciertos aspectos. Lo que no entienden quienes plantean dicho cambio, es que los efectos verdaderamente dañinos para la guerrilla se dan en el tiempo, a causa de no tomarse el poder, del aislamiento, problemas logísticos y de comunicaciones, falta de sueño y comida, todo ello resultado de la persistencia en la estrategia que después de décadas alguien se atrevió a poner en marcha. Cambiar la receta sin razón a la mitad del tratamiento es tan peligroso como no haber tenido ninguna. ¿O será que eso es lo que buscan?
La condición de la guerrilla la está llevando, además del repliegue, a limitarse a ejecutar actos terroristas aislados que no definen la guerra, pero la hacen visible en los medios. Con actos de terrorismo no se gana una guerra contra un pueblo decidido finalmente a ganarla, pero no debe extrañar a nadie que nos veamos expuestos a ataques terroristas aislados durante años. Poner una bomba o un francotirador en una vía no requiere de grandes recursos, pero eso no puede hacer cambiar por completo el planteamiento. Ese es el error de quien no distingue entre la adaptabilidad de lo táctico y la consistencia en el tiempo de la estrategia.
El peligro que tiene el ejercicio académico es que si falta rigor científico, existe el riesgo que las conclusiones a las que se llegue, sean el fruto de la aspiración de confirmar artificialmente los deseos de los autores o de sus limitaciones de interpretación y análisis. El arcoiris que guía el camino de este ahora académico que tuvo el valor y la necesidad de abandonar el camino de las armas, no existe, a pesar de que lo vea. Es solo una ilusión óptica más no la realidad. Para ver el arcoiris es necesario estar frente a la lluvia pero de espaldas al sol, que es realmente quien está produciendo la luz. Lo que se ve no es la realidad sino una distorsión de ella y ponerla como ruta para encontrar ollas de oro al final es, en el mejor de los casos, una ingenuidad peligrosa.
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