viernes, 13 de marzo de 2009

El buen vecino

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Marzo13 del 2009

El acuerdo que acaban de firmar los ministros de Defensa de Colombia y Brasil en materia de seguridad tiene una gran importancia por su potencial para mejorar la vigilancia de la frontera binacional, de 1.644 kilómetros.

El punto que más ha llamado la atención es lo pactado para facilitar la vigilancia común de la zona limítrofe. Cada país podrá monitorear el espacio aéreo del vecino hasta una extensión de 60 kilómetros adentro.

 

La frontera colombo-brasileña tiene características diferentes de las que unen a Colombia con los otros vecinos. Es extensa, pero despoblada, y está localizada en el corazón de la cuenca amazónica. Por su vegetación selvática y escasa población, la región hasta el momento ha separado, más que acercado, a los dos países. En cambio, los grupos delictivos de diversa naturaleza han sabido utilizarla a su favor. Las Farc han intentado convertirla en refugio, y el narcotráfico, en ruta para la exportación de sus mercancías ilícitas.

 

Por eso, el pacto suscrito entre los ministros de Defensa Juan Manuel Santos y Nelson Jobim es muy pertinente.

 

El nuevo esquema de cooperación militar colombo-brasileño tiene también un valor simbólico y político. El trabajo conjunto entre las Fuerzas Armadas de países latinoamericanos ha estado paralizado por las desconfianzas entre los gobiernos y entre los ejércitos, y por las dificultades para establecer equilibrios entre la defensa de la soberanía y la necesidad de enfrentar la delincuencia transnacionalizada. Ideas como la persecución en caliente o la acción unilateral de un ejército en territorio vecino habían debilitado el trabajo mancomunado entre los militares, el cual es indispensable para combatir las nuevas amenazas a la seguridad, que ya no tienen un carácter exclusivamente nacional ni se limitan al propósito de detener el comunismo. El narcotráfico y el terrorismo son fenómenos transnacionales, que se han beneficiado de las facilidades de comunicación y transporte brindadas por la globalización.

 

El continente necesita conceptos de cooperación militar que reemplacen a los de la Guerra Fría. Colombia y Brasil dieron un primer paso, y la creación esta semana del Consejo de Defensa de Unasur, suscrito en Santiago de Chile, también es un camino para explorar nuevas políticas. Se trata de que las Fuerzas Armadas actúen dentro de su propio territorio -la fórmula colombo-brasileña no contempla el sobrevuelo de naves militares al otro lado de la frontera-, pero que se establezcan instrumentos de consulta, intercambio de información y acciones conjuntas.

 

La columna vertebral de la cooperación post-Guerra Fría tiene que ver con el reconocimiento de que los principales fenómenos delictivos -entre otros, la guerrilla- son un enemigo común que debe enfrentarse en forma conjunta para poder atacar sus tentáculos transnacionales. Un principio esencial que, sin embargo, no aceptan los actuales gobiernos de Venezuela y Ecuador. En lugar de concitar el entendimiento, como acaba de ocurrir entre Colombia y Brasil, las Farc y otros grupos criminales han propiciado el conflicto entre Bogotá, por un lado, y Caracas y Quito, por otro. Las reuniones de Brasilia y Santiago dejan lecciones que deberían ser atendidas con atención en las tres capitales grancolombianas. En particular, porque hay esquemas de colaboración en la lucha contra el crimen que, si se ejecutan dentro de parámetros acordados, no amenazan la soberanía ni exacerban las tensiones entre los gobiernos.

 

El acuerdo entre Colombia y Brasil, finalmente, enriquece la agenda bilateral. Una relación que ha sido cordial, aunque distante, pero que, a la luz del indiscutible liderazgo continental del presidente Lula da Silva, se vuelve fundamental para Colombia.

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