viernes, 13 de marzo de 2009

En legítima defensa

Por Fernando Londoño

El Tiempo, Bogotá

Marzo 13 del 2009


Rayos y centellas han caído sobre el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, porque ha tenido el singular atrevimiento de decir la verdad. El Ministro pensaría, a propósito del primer aniversario de la gloriosa 'Operación Fénix', que no estaría de más recordar la justificación ética y jurídica de la acción militar que permitió dar de baja al peor delincuente y más cruel terrorista de América.


Acaso tendría presente, también, aquella hermosa sentencia del Libertador sobre la verdad como único camino a la libertad. Lo que no tuvo en cuenta, infortunado, es que la verdad está prohibida en Colombia. Cuando no se la traiciona, por lo menos hay que callarla.

Hay una cosa moribunda en el mundo, que es la verdad. La frase fue de Jean Francois Revel para sus colegas, los periodistas. Lo que tampoco significa que deban hacerse esfuerzos por salvarla. No todos los que se mueren merecen la salvación, pensarán los acostumbrados al eterno círculo de las transigencias y las transacciones.

No cometió Santos el pecado de la originalidad. La tesis de la legítima defensa como justificación del ataque al campamento de Reyes había sido formalmente propuesta por la Cancillería y el Ministerio de Defensa de Colombia, al día siguiente de ocurridos los hechos.

Fue la que esbozó, en párrafos de muy pobre catadura, el embajador de Colombia ante la OEA, y la que presidía, menos contundente que como se debiera, el discurso del propio presidente Uribe Vélez en la cumbre iberoamericana de jefes de Estado que se cumplió en Santo Domingo. Lo malo no estuvo, pues, en decir lo que dijeron los responsables de explicar al mundo lo ocurrido. Lo malo fue recordarlo. Fue renovar el principio. Fue echar sal en la herida de los delincuentes internacionales ofendidos por la muerte de 'Reyes' y sus conmilitones.

La legítima defensa es un instituto tan viejo como el mundo, que permite a la víctima de una agresión actual e injusta sacrificar los derechos del agresor, el de la vida incluido. La reacción al ataque debe ser proporcionada, inmediata y en nada susceptible de remedio diferente.

Esas condiciones se llenan con creces en nuestro caso, como que 'Reyes' asesinaba a colombianos desde sus campamentos del Ecuador; como que manejaba el narcotráfico que destroza la nación; como que tenía una bien montada red de extorsiones y secuestros contra la gente honrada de la frontera; como que volaba los oleoductos y sembraba de minas los campos y de terror a sus habitantes.

Esas condiciones objetivas se sumaban a la imposibilidad de que el Ecuador hiciera algo por apología de sus amigos, o por lo menos predica su inocencia, no puede caber duda de que 'Reyes' jamás hubiera sido detenido, ni muerto, ni molestado por el ejército del Ecuador.

No había lugar, siquiera, a daños colaterales. Los que perdieron la vida en el bombardeo no eran simples simpatizantes, sino miembros activos de la guerrilla. Su desaparición tenía que representar un alivio para la gente de buena voluntad en el mundo entero. Y la de 'Reyes' fue un acto de justicia contra la barbarie.

Si Colombia no obró en legítima defensa, invadió sin causa territorio ajeno para ocasionar la muerte de inocentes. Eso supone que quienes ordenaron la 'Operación Fénix' serían criminales internacionales. Con el Presidente a la cabeza, el Ministro enseguida y el alto mando militar y de policía después.

Tertium non datur, dirían los latinistas. Solo falta que nos condenemos y levantemos una estatua a la memoria de los caídos. Revel tenía razón. La verdad está moribunda. Y, por nosotros, que se muera pronto. ¡Es tan incómoda la criatura! 

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