Editorial
El Mundo, Medellín
Marzo 7 de 2009
Vale la pena que los lectores conozcan las palabras del representante por California, al cerrar esa audiencia del 12 de febrero pasado, que originaron la justificada reacción del Vicepresidente de Colombia: “Quiero agradecer a los panelistas, a nuestros panelistas que viajaron hasta aquí para compartir su experiencia y conocimiento sobre esta situación; aprecio su valentía. Me hablaron muchas veces de la belleza de Colombia y para los que han visitado Colombia, no tomaría más de unos pocos segundos entender por qué la gente dice eso: por la espectacular belleza del país, por su riqueza natural y por supuesto cuando se conoce a la gente. Pero eso no reemplaza una inspección seria en derechos humanos. Recuerdo estar en la Embajada de Estados Unidos en el momento más grave de la violencia en Chile, mientras el embajador de Estados Unidos me decía que ese era un bello país y que debía ir a Valparaíso y disfrutar las playas, ver a la gente que iba a las playas y hacer compras y disfrutar a la gente que hacía compras, porque mis preocupaciones eran erradas. Pero no fue así, hicieron falta casi 30 años, pero llevamos al señor Pinochet a la justicia. El mundo ahora sabe la historia que pasaba en Chile mientras la gente sugería que era un país hermoso. Recibí el mismo tratamiento del entonces Presidente d’Aubuisson, que debía caminar y disfrutar de los ríos de El Salvador porque era un lugar muy lindo. Ahora todos sabemos de la historia de violencia de ese gobierno contra su gente”.
Es una bellaquería sugerir que el gobierno de Colombia, elegido en dos ocasiones por amplias mayorías y con un respaldo popular que no tiene antecedentes en la historia de nuestra democracia, pueda tener algún parecido con dictaduras y gobiernos de facto en América Latina. Como dice el doctor Santos, nuestro Gobierno jamás invitó al señor Miller a bañarse en nuestras bellas playas, pero sí es verdad que en sus tres visitas a Colombia, desde que comenzó el debate en torno al TLC, “hemos abierto nuestras puertas de manera transparente para que usted pudiera ver todos los lados de nuestra compleja realidad. No intentamos cooptarlo y no tratamos de manipularlo. Por el contrario, hemos atendido a todos sus requerimientos frente a cualquier tema que usted nos ha presentado”.
Aquí tenemos, como ejemplo, registro de una de esas visitas. La que hizo el representante Miller a mediados de enero del 2008, en compañía de sus colegas de bancada, Jim McGovern y William D. Delahunt. En esa ocasión, curiosamente, la perorata dominante para oponerse al TLC con Colombia era la supuesta obsolescencia de un tratado que había sido suscrito por el gobierno Bush dos años atrás y que no podía ser ratificado en momentos en que la economía estadounidense afrontaba nuevas realidades: “Hay una gran preocupación sobre la economía americana y los trabajadores americanos... Como congresistas, estamos muy preocupados pensando si éste es el momento adecuado para presentar ese Tratado de Libre Comercio”, dijo entonces en rueda de prensa en Bogotá. Se mostraba, además, muy preocupado por “la quiebra de la ayuda federal a los trabajadores que pierden el empleo, que son muchos y que sufren grandes perjuicios”.
Obsérvese que en ese momento apenas se estaba destapando la olla de la crisis inmobiliaria y resulta curioso que ahora, que la crisis económica se ha extendido y que el desempleo ha llegado a cifras alarmantes en EEUU, el señor Miller ya no arguya, para oponerse al TLC, la defensa de los intereses de los trabajadores norteamericanos sino la de los derechos de los sindicalistas colombianos. En ese empeño viene desde septiembre del año pasado, cuando – con aire de procónsul – envió una carta al presidente Uribe, manifestando su supuesta “preocupación” por lo que calificó como la “histórica y continua violencia contra líderes trabajadores y sindicales”. Miller hace parte de un puñado de recalcitrantes enemigos del libre comercio al interior del Congreso norteamericano, que no se resignan a la derrota segura que recibirán el día que el TLC con Colombia se someta a votación, y a los que en vano se esfuerza el gobierno colombiano en hacerles cambiar de opinión.
Lo que sí nos parece muy pertinente es denunciar, como lo ha hecho el señor Vicepresidente, todo intento de enlodar el buen nombre de Colombia y sus instituciones y dar el debate en el terreno que se proponga, incluso si no somos invitados, como hizo, en forma valerosa nuestra embajadora en Washington, Carolina Barco, quien no sólo envió a la audiencia de marras documentación escrita sobre lo que se ha hecho aquí en materia de derechos sindicales y de esclarecimiento y castigo de los crímenes, reclamando el derecho del Gobierno a ser escuchado, sino que, pese al burdo desplante del señor Miller, prevalida de su doble condición de ciudadana norteamericana y colombiana, se hizo presente en el auditorio para ser testigo excepcional del burdo montaje anticolombiano. Hubo, pues, por fortuna, luz en la poterna y guardián en la heredad.
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