domingo, 1 de marzo de 2009

Las éticas procedimentalistas

Por Alfonso Monsalve Solórzano

El Mundo, Medellín

Marzo 1 de 2009

Desde el punto de vista filosófico, existen dos clases de concepciones  éticas: las que guían a las personas en la consecución de un determinado fin, como la salvación, la felicidad, etc.; y las que fijan procedimientos para la interacción humana de manera justa. Así las cosas, ‘felicidad’ o ‘salvación’ pertenecen a la misma familia conceptual, mientras que   lo ‘justo’, forma parte de otra.

Una ética de los fines es un conjunto de mandatos para alcanzar el objetivo que la respectiva doctrina se traza. Por ejemplo, para salvar el alma e ir al cielo donde se alcanza la plenitud después de la muerte, hay que cumplir los diez mandamientos.  Para ser feliz, según los epicúreos, hay que satisfacer los sentidos. Para los marxistas, el paraíso está en la tierra: basta aceptar la dirección del partido, que en la tierra es tan infalible como el dios del cielo, porque se apoya en una ‘verdad histórica’ y en ‘verdades económicas’ que prevén la inevitabilidad de la destrucción de la sociedad capitalista y la construcción de una sociedad comunista.

La búsqueda de la felicidad y la receta para alcanzarla, son la constante de estas teorías o doctrinas. El problema es que las verdades morales (y de muchas verdades sociales) se deshacen –en la famosa expresión, esa sí muy razonable de Marx: todo lo sólido se desvanece en el aire (incluida su teoría, debería haber dicho). Una misma fe se disuelve en sectas, el determinismo histórico se subdivide en leninistas, maoistas, trostkistas, y ahora, hasta en marxistas ‘bolivarianos’.

La corriente procedimentalista renuncia a prescribir la felicidad. Entiende que éste es un tema privado, igual que la fe que los individuos  profesen o la renuncia a tener confesión alguna. No es adecuado, porque no va con la condición humana, que es plural y abierta, imponer verdades morales. Pero lo que sí es posible es  escoger, según Kant, en uso de la autonomía que cada uno posee, un procedimiento para elegir cursos de acción que tienen que ver la interacción con los otros y en lo que refiere al comportamiento con uno mismo. Kant lo llama el imperativo categórico, que dice algo así como lo siguiente: haz que tu regla particular de conducta sea tal que pueda ser ley universal, es decir, que tu regla de acción pueda ser aplicada por cualquiera otra persona  en la misma circunstancia. De esta manera, siempre se tratará al otro (y a uno mismo) como un fin y nunca como un medio.

 El imperativo categórico, como se ve, no es una frase con contenido, sino una forma, un procedimiento para obtener contenidos. Nunca podrá sacrificase a nadie en nombre de concepción o verdad alguna, ni se lo podrá convertir en moneda de cambio para conseguir fines supuestamente afines. Y, por supuesto, no se le podrá imponer ninguna visión del mundo ni se lo obligará a ser ‘feliz’. Produce justicia, es decir, reglas adecuadas de interacción.

 En la vida política la autonomía individual se convierte en la autonomía de la sociedad para darse un gobierno. Y aquí de nuevo, el procedimentalismo lo que establece es un método para generar reglas que regulen el conflicto e impulsen la cooperación social, la estabilidad, la seguridad, y la posibilidad de que cada cual pueda desarrollar su propio proyecto de vida (Rawls y otros) y tenga su propia fe. Lo único que se le pide es que no    intente imponérselo a otros mediante el uso de la violencia.

Esta idea es aplicable a todos los niveles en los que hay interacción. Claro está, a la comunidad internacional,  pero también a un país y hasta a una determinada comunidad, como una universidad. Procedimientos que establezcan formas justas de resolver problemas y de crear comunidad de intereses, a pesar de las distintas concepciones y formas de concebir el mundo. Profundamente plural y tolerante, no se basa en verdades morales sino en procedimientos que garantizas la imparcialidad.

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