viernes, 6 de marzo de 2009

Llamados al centrismo

Eduardo Posada Carbó

El Tiempo, Bogotá

Marzo 6 de 2009

En días recientes, diversos sectores de opinión han reclamado la presencia más activa del centrismo en la política nacional. El llamado es oportuno y necesario. Es un reclamo además válido frente a las falsas apariencias de un país dividido en polos opuestos. Lo verifican las encuestas: el sector mayoritario de la población colombiana no es de derechas ni de izquierdas, sino de centro.

Al centrismo político, sin embargo, le hace falta una vocería que le represente de manera adecuada y efectiva. A ratos parece que -como lo expresara Andrés Hoyos-, el centro estuviese hundido "en el silencio", opacado por quienes animan una confrontación sectaria de peligroso porvenir (El Espectador, 18/02/09). En ese escenario maniqueo -de enfrentamiento excluyente entre "buenos" y "malos"-, ganan notoriedad quienes andan en plan de camorra. Se convierten en los protagonistas dominantes del debate político. Ello no significa, como advierte Hoyos, que el centro haya desaparecido. ¿Dónde se encuentra entonces ese centro "desvanecido"? ¿Cómo articular sus sentimientos?

Para identificar la existencia del centro y sus dimensiones en Colombia, quizá la primera tarea debería ser el corregir los equívocos de la "polarización". Existen, claro está, sectores del Gobierno y de la oposición que alimentan un ambiente "polarizado", con ecos fuertes en el debate de opinión que, a su turno, lo estimula. Pero la noción de un "país polarizado" -es decir, dividido sólo en dos bandos antagónicos e irreconciliables- choca con una realidad más plural y compleja. Revisemos nuevamente las encuestas: en el espectro ideológico, hay que insistir, el centro supera a las derechas y las izquierdas.

Una propuesta viable de centro tendría que saber interpretar sus valores. Un valor quizás indiscutible del centrismo es el aprecio por la solución civilizada de los conflictos. Ello no debe confundirse con la falta de firmeza frente a quienes acuden a la violencia para doblegar la voluntad social. La seguridad no es un principio de "derecha" -habría que aclarar este otro equívoco-. En el lenguaje de la democracia, aquel valor del centrismo se traduce en el recíproco reconocimiento de legitimidades entre el Gobierno y la oposición, y en la condena común de cualquier procedimiento violento para dirimir conflictos.

No es, pues, carencia de convicciones lo que caracteriza al centro, como así mismo lo advirtió Hoyos al delinear distintos campos de discusión para articular una política centrista hacia el futuro. Las ideas de centro deben identificarse además con la forma en que se discuten. El centro difícilmente puede reconocerse en los estilos populistas, o en el lenguaje estridente de los espíritus fanáticos, o en los descalificativos absolutistas que niegan la posibilidad de la deliberación democrática. El centro es reformista. Y el reformismo democrático -como lo enseñara Albert Hirschmann- exige para su efectividad una retórica propia, alejada de los extremos y la intransigencia.

Una de las grandes paradojas de la historia de Colombia es haber sufrido, y seguir sufriendo, de prolongadas épocas de violencia en un país tradicionalmente centrista. Jaime Jaramillo Uribe retrató muy bien la personalidad histórica de los colombianos en su clásico ensayo, que no me canso de repasar. Jaramillo Uribe no utiliza la noción de "centrismo" -su ensayo no se enmarca en esta discusión política-. Pero su análisis sí destaca con claridad los distintos hechos y circunstancias -sociales, económicos y culturales- que formaron entre los colombianos su "carácter de mesura", de afinidades con la medianía: "Colombia -así concluyó su texto- bien puede ser llamado el país americano del término medio, de la aurea mediocritas".

El centrismo colombiano sobrevive aún como fuerza mayoritaria, a pesar de todo. Su reconocimiento tendría que reflejarse mejor en vocerías y opciones políticas que nos alejen del sectarismo, hoy predominante en el debate público. 

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