lunes, 16 de marzo de 2009

Los apuros de Nicaragua

Editorial

El Mundo, Medellín

Marzo 16 del 2009

Su desprestigio se ha acrecentado por el abuso que la familia presidencial ha hecho de los privilegios del poder, al punto de escandalizar a la prensa mundial.

Con 2,3 millones de sus 5,1 millones de habitantes viviendo en situación de pobreza, una tasa de analfabetismo que llega al aberrante 32% de la población, la mortalidad de menores de 5 años en 29% y la mayor tasa de endeudamiento per cápita del mundo, Nicaragua pasó de ser el tercer país más pobre de Latinoamérica, a ocupar el segundo lugar de esa negra lista, aun por encima de Bolivia. La ineficiencia y corrupción de los distintos gobiernos y diversas catástrofes naturales que de tanto en tanto azotan al país, han sumido en el peor atraso a una población mayoritariamente menor de 18 años. Por esas razones, y a pesar de la poca confianza que el mundo tiene en su dirigencia política, la tierra de Rubén Darío ha gozado de la generosidad de los donantes para el desarrollo, a través de programas para la superación de la pobreza, la erradicación del analfabetismo y la atención de catástrofes. 

Ahora, la Asamblea Nacional de Nicaragua intenta aprobar el proyecto de presupuesto del año 2009, incluyendo en él las acciones prometidas por el gobierno sandinista de Daniel Ortega para combatir el hambre y erradicar el analfabetismo. No ha podido hacerlo porque sus dos principales socios para el desarrollo, la Unión Europea y Estados Unidos, congelaron desembolsos de la ayuda humanitaria, que es la destinada a esos programas, por 39 y 64 millones de dólares, respectivamente, y señalaron que así se mantendrán si el gobierno sandinista “no resuelve definitivamente en los próximo 90 días, las dudas e irregularidades observadas en las elecciones municipales” de noviembre de 2008, teñidas por la sospecha de un fraude de gigantescas proporciones que afianzó el poder de un partido desgastado por un presidente mediocre y arrogante. 

Apenas asumió su segundo mandato en ostentosa ceremonia realizada el 11 de enero de 2007, Daniel Ortega se puso en la fila tras Hugo Chávez, que la víspera había tomado posesión tras ser reelecto en la Presidencia de Venezuela, y sus socios del Alba. Al ser el que menos tenía para aportar a la iniciativa anti-imperialista se convirtió en el perro más ladrador del equipo. Por eso, no contento con asumir las batallas del vecino rico, ahondó las propias, en actitud que lo ha llenado de enemigos. Su desprestigio se ha acrecentado por el abuso que la familia presidencial ha hecho de los privilegios del poder, al punto de escandalizar a la prensa mundial, que lo defenestró, sin importarle que en su época de guerrillero y en su primer gobierno lo había investido con el romántico manto del “buen revolucionario”, algo así como el “buen salvaje” latinoamericano. 

Al verse descubierto, Daniel Ortega acrecentó su cinismo e intensificó el acoso a sus contradictores, en una persecución que tuvo sus primeras víctimas en los escritores sandinistas Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal, a quienes les siguieron la prensa y los partidos de oposición, hasta finalmente atacar a reputadas ONG internacionales, como la británica Oxfam, que ejecuta proyectos humanitarios en Nicaragua desde el año 2001, cuando llegó a atender a las víctimas del Huracán Mitch. Por esa clase de acciones, la UE inquirió al Gobierno preguntándole por los “objetivos reales de estas maniobras de intimidación” y voceros de la Mesa de Donantes manifestaron estar “tomando nota de la situación”. La paciencia mundial se rompió con el fraude en las elecciones municipales de noviembre, cuyos resultados fueron tan sospechosos que hasta el atemperado Centro Carter pidió revisar los escrutinios y los resultados. A partir de ese momento, tanto Estados Unidos como la Unión Europea congelaron los fondos de ayuda por 90 días, medida que fue prorrogada por un período semejante, despertando una virulenta reacción del presidente nicaragüense, que ripostó con la más estridente retórica anti-imperialista, en demostración que intenta mantener el dominio electoral de un país sojuzgado. 

Tras conocer la semana pasada que ni Hillary Clinton descongelaba los recursos de la Cuenta Reto del Milenio ni la UE hacía lo propio con sus donaciones, el presidente Ortega congregó a manifestantes en Catarina, sur del país, para arengarlos diciendo “que ni se sigan haciendo ilusiones los yanquis y algunos europeos de que vamos a negociar las alcaldías que conquistó el pueblo: los electos, electos están”, en actitud populista que todavía suma aplausos y creyentes. Su actitud ya no sólo inquieta a los gobernantes del mundo que han hechos sus mejores esfuerzos por ayudar a Nicaragua, también ha puesto en alerta a los analistas que se aterran de sólo pensar en el impacto de una confrontación con los donantes y que ven en todo el despliegue el más simple interés de crear las condiciones para aprobar un proyecto de reelección inmediata del Presidente, para conquistar la suya en 2011, como si ese pueblo hermano, con que el nos han querido enfrentar sus mediocres líderes, mereciera tanta desgracia.

 

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