martes, 10 de marzo de 2009

Oh libertad que perfumas...

Fernando Londoño Hoyos

La Patria, Manizales

Marzo 10 de 2009


He sido, cuántas veces, víctima de crueles ataques, de afrentas injustas, de odios inexcusables. Nunca me he quejado. Cuando las he creído de sustancia, las he respondido. Cuando no, que ha sido casi siempre, las he dejado pasar.
 

Es muy dura la faena de elegir en qué la vida, en últimas, consiste. Pero he resuelto escoger la libertad, aunque pague por ella precio tan alto. Sólo por eso, por defenderla como principio, digo adiós a mis lectores de El Colombiano de Medellín y El País de Cali. Es una despedida dolorosa para mí y tal vez para algunos de cuantos me hicieron el honor inmenso de acercarse a mis columnas. Pero es preferible ese desgarramiento interior a dejar en silencio la censura que se me impuso, seguramente con las mejores razones, en diarios tan distinguidos, tan amigos, tan cercanos a mi corazón. 

Para explicar sin rodeos el suceso, empezaré diciendo que mil veces he protestado por la inversión histórica y axiológica que han dado nuestros jueces al amargo problema de las cercanías entre los bandidos en armas y la política colombiana. Porque las cosas debieron empezar por donde todas empiezan, que es por el principio. Y agregaré que por donde son más graves y decisivas. Por eso protesto porque se le haya abierto tan grande espacio al tema que llaman de la Parapolítica, que no ha dejado ninguno para examinar lo que han sido las relaciones impúdicas y manifiestas entre las Farc y el Eln con el partido comunista y sus seguidores y legatarios. También he dicho que en el caso de la Parapolítica se han cometido atroces injusticias, guiadas por el ánimo de hacer daño al presidente Uribe y a quienes lo han acompañado en la gesta gloriosa que ha permitido la salvación de Colombia. Y no sostengo la tesis porque me parezca, se me antoje o me venga en gana, sino con pruebas tangibles que he puesto en el tapete de las discusiones nacionales. Estoy preparando un libro sobre esa terrible circunstancia de nuestra vida común, que acaso Dios me dé licencia para terminar. 

Fue por eso que escribí sobre la señora Gloria Cuartas y no porque me interese el asunto en sí mismo. Es porque disponiendo de pruebas tan dramáticas como las que movieron mi pluma, y que se encuentran todas, hace largo rato, en poder de los jueces, nada se hace por averiguar la verdad a su respecto. La cuestión es un tabú y detesto los tabúes. Me desafían y cargo sobre ellos, acaso con la misma ingenuidad que lo hiciera el Ingenioso Hidalgo contra molinos de viento. Así que con seis declaraciones de colombianos reales y verdaderos, que desertaron de las Farc y en diferentes ocasiones dijeron mucho más que cualquiera de los pitirris que han acabado con el honor y la vida de militares egregios y de políticos ejemplares, creí que podía escribir. 

Pero el tabú es grueso y duro de roer. Así que creyendo que me podía costar la vida, como a los seis declarantes de esta historia, que seguro por pura coincidencia perdieron la suya, ignoraba que me podía costar algo peor, que es la condena a morir en vida, quiero decir amordazado. Y me niego. Así me valga esta despedida de amigos tan caros y de las que fueron mis casas espirituales durante muchos años. Por eso, también, agradezco a los diarios que me publicaron, para los que seguiré escribiendo mientras tenga algún lector, directores tolerantes y algo por decir. 

Sé que muchos pensarán que hubiera sido preferible enterrar el incidente y seguir silencioso mi camino, y que no habrá otro periodista en Colombia que se declare afligido por lo que me pasa. Al fin y al cabo, queda vacante un espacio apetecible para decir cosas. Que sinceramente las deseo profundas, claras, verdaderas y dichas con plena libertad. Porque no acepto para nadie alguna forma de censura. He sido, cuántas veces, víctima de crueles ataques, de afrentas injustas, de odios inexcusables. Nunca me he quejado. Cuando las he creído de sustancia, las he respondido. Cuando no, que ha sido casi siempre, las he dejado pasar. 

No sé si esta página sea publicada en El Colombiano y El País. Pero la aprovecho, tenga o no curso, para recordar a Fernando Gómez Martínez y a mi amigo del alma, Rodrigo Lloreda Caicedo. Ambos vivieron para defender en Colombia lo que más amamos. 

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