Por Sergio de la Torre
El Mundo, Medellín
Marzo 15 de 2009
Digo tendencias por que allí el único partido que opera como tal (con la debida organización, estructura jerárquica, cohesión y disciplina) es el partido comunista. El cual, precisamente gracias a tales atributos, tan extraños al medio tropical en que vivimos, ha logrado sobrevivir nada menos que a su propia muerte. Entiéndase: ese partido es cada vez más invisible en el escenario político, donde ya no alcanza siquiera el umbral, o mínimo de votos exigido para acceder con pleno reconocimiento civil y jurídico, al congreso y demás corporaciones electivas. Pero pudo sobrevivir a la caída del Muro de Berlín y al hundimiento de la URSS, su ícono más sagrado. Y al consiguiente regreso al redil capitalista de sus satélites europeos, Alemania Oriental, Checoslovaquia, etc. Y de la mismísima China, donde por lo pronto (y mientras va tomando cuerpo una nueva burguesía) se aplica lo que los entendidos llaman el “capitalismo de Estado”, con plusvalía, superexplotación laboral, proscripción del sindicalismo y la protesta social, y demás características del capitalismo en su fase primitiva, la más cruel, la que vivió Europa hace un siglo, cuando se sentaron las bases de la sociedad industrial moderna.
Ahora que en su bicentenario celebramos tanto a Darwin y sus certeras revelaciones sobre la evolución, la selección natural de las especies, etc, cabe afirmar – forzando en algo las analogías- que el PC (o mamertismo criollo) es de veras un fenómeno curioso. O luce como tal, cuando menos en esta nueva perspectiva. Es, mejor dicho, una verdadera hazaña antropológica, digna de figurar al lado de los grandes milagros de la naturaleza, como la pervivencia de ciertas especies en vías de extinción que no acaban de desaparecer sin embargo. Y no propiamente por ser las más aptas sino, digamos, por el poder de la inercia. Si bien, de hecho, resultan aptas para conservarse y resistir los relevos y mutaciones, debido acaso a que no se exponen a la luz, como ciertas criaturas que nos sobresaltan cuando las sorprendemos fuera de su ambiente habitual, que es la penumbra. Equivalente a la clandestinidad que suele practicar aquel partido, y que practicará siempre, así esté legalizado y pueda, por tanto, actuar a cielo abierto. Pues tiene el síndrome de las sociedades secretas que marcaron la obscura Edad Media, y aun respiran aquí o allá.
El hermetismo, la retracción, son una segunda naturaleza en la facción de marras. Es lo que la mueve e informa, más que la necesidad de ocultarse porque ocasionalmente, al obrarlo a contrapelo de la ley “combinando todas las formas de lucha”, deba, en consecuencia, protegerse, esconderse y eludir la respuesta del Estado. Lo subterráneo tiende a volverse una adicción entre los maximalistas de derecha e izquierda. Es un vestigio del pasado remoto, que se lleva adentro como un quiste. Hay que decirlo: quizás ahí esté la clave de su fuerza y ahí es donde reside su asombrosa longevidad, pues el partido comunista, con el Conservatismo y el Liberalismo, es el otro partido tradicional del país. Le sucede lo mismo que a ciertas Iglesias, que no superviven sino colgadas del dogma, la vieja liturgia, los fundamentalismos. ¿Hay algo más parecido a un sínodo de obispos que una sesión del Presidium soviético a mediados del siglo pasado? Todos de traje obscuro, ¿qué diferencia podría detectarse en la expresión, la mirada y el continente, entre Beria y Podgorny, de un lado, y el jesuíta Arrupe, llamado “el Papa negro”, del otro? O entre Gromyko y el cardenal Ottaviani?. Para no adentrarnos en las convicciones y en el credo, pues los “mamertos” también hicieron del marxismo una religión, y de Marx un profeta. Y aquí paro por falta de espacio, mas el próximo domingo habré de completar este tema que, por cierto, tiene mucho de peripatético.
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