Por Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín
Agosto 30 de 2009
Medellín no es un entierro. Esta ciudad tiene la piel dura y resistió en el pasado convulsiones más graves que la del presente, en materia de orden público, criminalidad y confrontaciones armadas. Cuando Pablo Escobar tomó la determinación de patrocinar los combos de la muerte y pagar por cada policía asesinado, denotaba que le estaba notificando al Estado que podía vencerlo con la cualificación de las bandas urbanas.
Hoy la ciudad tiene una curva en ascenso en los índices de muertes violentas y han aparecido, en el armerillo de los criminales, armas largas y pistolas poderosas que rompen láminas de los carros blindados. Los costos de ellas no pueden ser asumidos por una pandilla cualquiera. Significa entonces que hay personajes siniestros y muy ricos detrás de los combos enfrentados, no siempre del narcotráfico, porque existen otras formas de obtener rentas ilegales. El bajo mundo tiene muchas formas de mímesis y no en todas las ocasiones apela a delitos de sangre. Para eso están la estafa, las amenazas, la extorsión o vacunas, los robos a bancos, y otros. La tipología de los actos delincuenciales suele ser conocida, por los funcionarios, la Fiscalía y el Alcalde Alonso Salazar, quien es un investigador nato.
Por consiguiente, después de un estudio a fondo (?) sale un plan integral para recuperar la tranquilidad y la convivencia perdidas en algunos puntos críticos de Medellín, especialmente por el enfrentamiento entre pandilleros que dirigen Valenciano y Sebastián, respectivamente. Lo que los periodistas del diario andar resaltan son las restricciones a los horarios de la vida nocturna, al consumo de licor y a la libertad de movilización de los menores de edad en algunas comunas. Si no fuera Alonso Salazar, el IPC, Región y el holding de ONG Viva la Ciudadanía, saldrían a protestar por las medidas dictatoriales y contrarias a los DDHH del Alcalde. Pero lo sustantivo del plan es la apelación a la solidaridad ciudadana para combatir a los violentos. En barrios como Aranjuez, Moravia y Manrique, por ejemplo, “se ha disparado la muerte por los disparos de jóvenes disparadores”.
El plan del Alcalde surge en el momento en que paralelamente se ha instalado la Mesa Ciudadana por la Vida, expresión de buena parte de la sociedad civil que pone a disposición del burgomaestre sus buenos oficios de mediación o facilitación. Hora es de trabajar los medellinenses en compañía y respaldo de las instituciones. La persistencia y aumento de la violencia urbana de Medellín ya ha cobrado en la cabeza del general Dagoberto García, comandante de la policía metropolitana. Pero esa es la dimensión que el Alcalde debiera tener en su plan: de nada sirve a Medellín, si no se establece para el resto de municipios del Valle de Aburrá, integrados en el espacio metropolitano, donde vivimos la mayoría de los antioqueños. Para ese objetivo quizás valdría la pena mejorar las relaciones políticas y administrativas con el Gobernador. Nos lo merecemos y lo pedimos para que no se hundan las ideas creativas de un voluntariado, del presunto Consejo Municipal de Seguridad y Convivencia que, entre paréntesis, no puede cometer los errores de los Consejos Municipales de Paz, fracasados por el populismo y el democraterismo desde sus comienzos. Hágale Alcalde, pero no olvide, que la paz y la convivencia no se logran con los guayos de los futbolistas, sino con el cacumen y el esfuerzo de la ciudadanía de bien.
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