sábado, 29 de agosto de 2009

La comedia interminable

Por Jorge Arango Mejía

El Mundo, Medellín

Agosto 29 de 2009

Como si los fiscales no tuvieran trabajo, como si los procesos penales no anduvieran a paso de tortuga, como si los delincuentes no gozaran de la impunidad generalizada, ha resuelto el Fiscal General dedicarse a investigar la muerte de Luis Carlos Galán. Para ello ha recurrido a diversas maniobras.

La primera, echar mano de una insólita teoría que ya había esbozado su antecesor: que fue un crimen de lesa humanidad, un genocidio, por lo cual la acción penal jamás prescribirá. Esto no resiste un análisis serio, como se verá.

Lemkin, un judío polaco, creó la palabra en 1944. Él se refería a matanzas por motivos raciales, nacionales o religiosos. En 1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas definió el crimen de genocidio como “una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros”, entre ellos los “raciales, religiosos o políticos.” El Estatuto de Roma, que creó la Corte Penal Internacional, en su artículo 6 lo define así:

“A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:

a) Matanza de miembros del grupo;

b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;

c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;

d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;

e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.”

El genocidio supone el propósito de destruir total o parcialmente a un “grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal.” Nada de esto aconteció en este caso. Ni siquiera es posible probar que la muerte de Rodrigo Lara, ocurrida más de cinco años antes, tuviera relación con la de Galán.

Y tan cierta es la inexistencia de la intención de aniquilar el Nuevo Liberalismo, que, sólo unos meses después de morir Galán, sus seguidores eligieron Presidente de la república a César Gaviria. ¿Se habría dado ese resultado si hubiera una persecución desatada?

Con la misma lógica contrahecha debería reabrirse la investigación por el crimen de Gaitán, respecto al cual sí era evidente que se perseguía destruir el partido Liberal.

De otra parte, ¿quién ha dicho que las normas penales pueden aplicarse retroactivamente? ¿Cómo juzgar de conformidad con el Estatuto de Roma de 1998 y el Código Penal que entró en vigencia en 2001, hechos sucedidos en 1989 y 1984? ¿Han olvidado estos “juristas” que “nadie podrá ser juzgado sino conforme a leyes preexistentes al acto que se le imputa”, según lo dispone el artículo 29 de la Constitución?

El encarcelamiento del general Maza Márquez no es sino otra injusticia que se suma a las que el país conoce y de las cuales han sido víctimas el señor Alberto Hubiz Hazbun y el doctor Alberto Santofimio Botero. Y no le queda bien al ex presidente Gaviria acusar a Maza 20 años después, mostrando una flaca memoria o falta del valor que se requiere para denunciar a quienes quebrantan la ley. En relación con Santofimio su conducta es inexplicable, como lo muestran estos hechos.

Ante el fiscal, Gaviria manifestó que nada le constaba personalmente sobre la participación de Santofimio en la muerte de Galán, pero que éste, días antes de morir, le había comentado que tenía la sospecha de que algunos políticos estaban confabulados con quienes querían matarlo. Sin embargo, el 17 de diciembre de 1993 le envió a Santofimio una carta de felicitación por su elección como presidente de la Comisión Primera del Senado, en la cual le manifestaba “la confianza que inspira al Presidente de la República el tener en la Presidencia de la Comisión I del Senado a un compatriota de tus condiciones personales y profesionales.” ¿Le inspiraría confianza a usted alguien sospechoso de asesinato? ¿Cuándo creerle al señor Gaviria: cuando felicita o cuando condena?.

Dedíquense jueces, fiscales y policías a perseguir a los verdaderos delincuentes que se pasean como amos y señores por las ciudades, y hagan a un lado actuaciones teatrales. Ya es tiempo de terminar esta comedia que en la medida en que se repite se torna más aburrida.

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