El País, Cali
Agosto 24 de 2009
El sólo anuncio del acuerdo bilateral en gestación para el uso de algunas bases aéreas colombianas por aviones militares estadounidenses suscitó una oleada de rechazos, suspicacias e interpretaciones en un todo ajenas a los propósitos del convenio. Nuestros dos vecinos, con un lenguaje entre agresivo e insultante, hasta hablaron de un plan siniestro de agresión oculto tras el inocente uso de las bases, apenas cortina de humo para fines protervos.
Sin duda el anuncio del convenio le faltó ser más explicativo, lo que dio lugar a la tergiversación intencionada o la suspicacia que podríamos llamar de buena fe. Colombia es libre y soberana para negociar este tipo de acuerdos bilaterales, pero ante la tempestad desatada por el anuncio de que aún se hallaba en gestación, el presidente Uribe, en agotador recorrido por Suramérica, explicó a los mandatarios el alcance y la extensión bilateral del convenio, en realidad prolongación del Plan Colombia contra el narcotráfico y el terrorismo.
Llama la atención la virtual ausencia insolidaria de los gobiernos suramericanos en la lucha solitaria de Colombia contra dos enemigos, no sólo del continente sino de la humanidad. Si en algo hacen acto de presencia, es en la actitud hostil de nuestros dos vecinos y francamente sospechosa en el apoyo soterrado a las Farc, a las que atribuyen estatus de beligerancia, contrariamente a la opinión mundial que las califica en lo que realmente son.
Unasur, presidido por el ecuatoriano presidente Correa, tan receloso en el caso del convenio bilateral sobre utilización de bases colombianas por aeronaves norteamericanas, guarda un silencio indiferente ante la creciente presencia rusa en Venezuela, el gigantismo armamentista de este país que desequilibra por completo la relación de poder militar en la región, y el intervencionismo chavista que desborda a Suramérica para regarse por Mesoamérica con un río de petrodólares que abre el paso al socialismo bolivariano del Siglo XXI.
Este conjunto de ominosas circunstancias plantea una cuestión inquietante: ¿Dónde está la solidaridad latinoamericana que abandona a Colombia, nación históricamente respetable del Derecho Internacional, en su lucha contra terrorismo y narcotráfico? ¿Es Unasur expresión de tal solidaridad o más bien escenario propicio para las habilidosas manipulaciones chavistas?
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