martes, 25 de agosto de 2009

La palabra imperio

Por Eduardo Escobar

El Tiempo, Bogotá

Agosto 25 de 2009

La retórica del socialismo del siglo XXI trina, clama y brama contra el imperio, y le achaca los males del mundo. La diatriba es cómica en Chávez por repetitiva, bravuconería de western malo en Correa, y tiene el dejo de la quena en Evo. Fidel Castro confesó hace días en entrevista para la televisión que aspiraba a ser recordado por la Historia como otro David que enfrentó a Goliat. Una abdicación, luego del "la Historia me absolverá, y el Patria o Muerte, venceremos" de su juventud, magro consuelo ante la situación desastrosa de su patria abrumada por su carácter. Con una desventaja para Castro: Goliat vive y Cuba retrocede hacia la premodernidad. En su lógica, Hirohito y Hitler hicieron sacrificios mejores que el suyo en nombre de valores marciales de tiempos homéricos, coraje, dignidad, valor, macerados por la crítica de Nietzsche, y Marx mismo. Y que no se comen. La palabra imperio acabó por ser peyorativa en el discurso de la seudorreligión del marxismo. Reemplaza las huestes del diablo de la vieja teología.


A los veinte años a todos nos pareció justa la quema de banderas yanquis en las plazas y las universidades tercermundistas. Aún no sabíamos que el rencor ayudaba a evadir la responsabilidad con nuestra propia vida con un fatalismo al cual atribuir las dificultades de las neurosis de crecimiento. Los bancos vampiros, oligarquías insaciables, los ejércitos, las burocracias imperiales eran culpables hasta de las melancolías del crepúsculo que suelen ser feroces a esa edad.

El odio al yanqui fue atizado por las capillas de las izquierdas tropicales financiadas por el oro de Moscú y Pekín. E impedía advertir el juego macabro. La quema de banderas yanquis formaba las cortinas de humo que ocultaron las atrocidades de otros imperios remotos, el ruso, el chino, esperando el turno para su dominación. Hay imperios más sombríos que otros. Y el soviético fue el más amargo del siglo XX.

Hoy es obvio que USA, por esas paradojas de la Historia, a pesar de sus desmanes en el exterior y las miserias internas (nunca existió un imperio de la piedad), se acercó más que sus adversarios chinos y bolcheviques al humanismo marxiano. El respeto del individuo, la libertad de expresar los sentimientos, la igualdad de oportunidades, el derecho a equivocarse. En sus abigarradas ciudades es posible encontrar en una sola esquina un algonquino tocando un violín para un africano que danza y conviven Bush y Noam Chomsky. Su poderío desanimó un siglo las conjuras del colectivismo ruso y de Hitler y los clérigos del islam contra los ideales de Occidente. USA es una nación fabulosa incluso por sus defectos. Chávez produce más desconfianza que Obama. Al fin, es un pimpollo de emperador, un paranoico que se percibe heredero del incanato de Miranda. Se comprende que nuestros timoratos activistas de izquierda, cuando los coge el miedo por los desórdenes que fomentan, huyan a San Francisco o Barcelona, no a La Habana o Caracas. Al menos allá hay bibliotecas sin espulgar. Y pueden despotricar contra el poder a sus anchas.

Los imperios son expresiones exuberantes de humanidad. A pesar de sus crueldades con los años adquieren una grandeza que admira. Son organizaciones biológicas surgidas en unas condiciones en la vastedad de un suelo, de unos movimientos migratorios, armazones comerciales y filosóficas que nacen, crecen, se marchitan, y todos se parecen en que perecen. Marx alabó la misión de Inglaterra en India, sus ferrocarriles, el establecimiento de formas económicas nuevas. Roma, sus ingenieros y milicias; el Sacro Imperio, sus papas y banqueros; España, sus quijotes y sus curas; los árabes, sus sectas asesinas, sus alquimistas, aglutinaron y propagaron ideas, lenguas, ciencias, técnicas, realizaron síntesis poderosas y trágicas.

A veces es preciso elegir entre dos males el menor. Y situarse a la izquierda de la derecha y a la derecha de la izquierda. Como definió alguien la postura de Camus en tiempos del general De Gaulle.

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