Por Mauricio Vargas
El Tiempo, Bogotá
Agosto 30 de 2009
El teniente coronel Hugo Chávez debe andar de malas pulgas: venirle a ganar Álvaro Uribe una batalla crucial, y hacerlo justamente en un escenario, Unasur, inventado por el mandatario venezolano para hacer valer su influencia en la región. Pero así ocurrió en la cumbre de Bariloche el viernes pasado. Y como si la derrota no fuera suficiente, por exigencia de Uribe hubo transmisión en directo por televisión, y esa señal recorrió el continente por CNN en español y decenas de canales en los distintos países.
¿Por qué les ganó Uribe? Chávez se agarró de un supuesto documento del gobierno de Barack Obama para afirmar que la presencia de personal estadounidense en bases militares colombianas busca atacar a Venezuela y dominar a todo el continente. Pero, a excepción de Chávez y Evo Morales -dudo mucho que Correa lo piense-, nadie cree que Obama quiera invadir la patria bolivariana ni ejercer un dominio militar efectivo en la zona. Ni Lula, ni Cristina de Kirchner, ni Michelle Bachelet, ni el cura Lugo, ni Tabaré Vázquez, para citar a los demás gobernantes de izquierda de la región, imaginan que Obama ande en esas. De modo que, por falta de credibilidad, desde el principio la artillería de Chávez tuvo la pólvora mojada.
Lo de Evo fue lamentable. Su discurso ya habría resultado recalcitrante en una manifestación universitaria de los años 60. Nada de fondo, nada novedoso, ni siquiera un buen juego de palabras: solo la vieja retahíla antiimperialista y maniquea. Correa estuvo mejor, pero con la intención de ser irónico, se pasó de cínico. Y el cinismo nunca le viene bien a un gobernante.
Lula terminó molesto por la extensión excesiva de las intervenciones. Repartió regaños a diestra y siniestra, y sugirió que Chávez, Correa y el propio Uribe estaban haciendo proselitismo interno con la política exterior. Algo de razón tenía, aunque resulta saludable -y mucho más ameno que las aburridas cumbres con discursos previsibles- que los presidentes puedan reunirse y hablar en público con tanta franqueza como lo hicieron en Bariloche. De todos modos, el mandatario brasileño ya había hecho su labor en las horas previas a la cumbre: advirtió a Chávez que Brasil lo censuraría si se deslenguaba en tono guerrerista. Y el teniente coronel se frenó.
Lo mejor de Uribe fue la contención. Aguantó las provocaciones y, aunque contestó cada uno de los ataques, lo hizo desde la paciencia, desde el autocontrol, cualidades que tanta falta le han hecho otras veces. Mostró fotografías, citó cifras, corrigió a los demás en lo fáctico y argumentó de manera pragmática y racional, más allá del panfleto. Además, le cobró a Chávez sus frases guerreristas de los Sukhois y los tanques, y sus elogios a 'Raúl Reyes'. Y hasta le alcanzó para pedirle perdón, una vez más, a Ecuador, por el bombardeo de marzo del 2008. Comunicó mejor y lució más estadista. Por eso ganó. No hubo condena al acuerdo sobre las bases y, en cambio, sí hubo un rechazo de todos los países de Unasur a los grupos armados ilegales como las Farc.
Pero este es apenas un primer round. Futuras confrontaciones pueden coger a Uribe muy mal parado, sobre todo si sigue jugándose, a cualquier costo, para sacar adelante su segunda reelección. Esa batalla interna tiene efectos externos. Primero que todo en Washington, donde las críticas a su perpetuación en el poder se dispararán y causarán grave daño al país, en temas como el TLC. Y luego en escenarios como Unasur, donde un Uribe camino al tercer mandato se parecerá mucho más a Chávez y a los demás caudillos reeleccionistas de la región, y ya no resultará tan creíble ni tan respetable como apareció en Bariloche. Cómo sería de bueno que esa misma contención de que hizo gala en Unasur le alcanzara a Uribe para renunciar al tercer mandato.
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