Por Eduardo Pizarro Leóngómez
El Tiempo, Bogotá
Agosto 24 de 2009
Uno de los principales factores que permitieron la reconstrucción de Europa Occidental tras
¿Cómo ocurrieron los hechos? Terminada la guerra, el presidente Franklin D. Roosevelt, el subsecretario de Estado Dean Achenson y el vicepresidente Harry Truman se imaginaban un mundo tripolar en el cual países como Inglaterra y Francia se echarían en sus hombros la protección de Europa frente al expansionismo soviético y, de esta manera, Estados Unidos podría regresar a su aislacionismo tradicional.
No fue así. Europa Occidental prefirió destinar sus escasos recursos en un continente desvastado por la guerra a la reconstrucción de su infraestructura física, el crecimiento económico y la formación del capital humano. Las bases militares de los Estados Unidos se constituyeron en el principal factor disuasivo frente a una eventual agresión proveniente de Moscú, dando origen a un mundo no tripolar, como hubiera deseado Roosevelt, sino bipolar. Es decir, la confrontación este-oeste, girando en torno a Washington y Moscú. Este es uno de los argumentos centrales de la obra de Robert Kagan (Poder y debilidad. Estados Unidos y Europa en el nuevo orden mundial, Taurus, 2003), que ha desatado una honda polémica mundial.
Desde mi punto de vista, Colombia debe replicar la experiencia de Europa Occidental. En vez de entrar en una escalada armamentista con Venezuela, debe aprovechar la presencia de un número muy limitado de tropas americanas en bases colombianas (600 hombres) bajo la soberanía y el control del Gobierno colombiano, para disuadir al megalómano dictador venezolano de cualquier aventura contra nuestro país. De esta manera, tal como hicieron los europeos tras el Plan Marshall (European Recovery Program), podríamos destinar los recursos escasos para los requerimientos del crecimiento económico y la justicia social. No en la compra de costosísimos e inútiles juguetes de guerra, como está haciendo el teniente coronel.
Venezuela ha entrado en una irresponsable carrera armamentista que ha generado preocupación continental. En especial, debido a sus alianzas non sanctas con dos de los regímenes más autoritarios del mundo: Rusia e Irán.
Antes, mucho antes, del anuncio de Colombia del traslado de la base militar de Manta (Ecuador) hacia bases colombianas, ya el teniente coronel había disparado la compra de armamento: solamente en el año 2006 contrató más de 4.000 millones de dólares en armas a su principal proveedor: Rusia. Se trató, en aquel momento, de de 24 cazas multifuncionales SU-30MKV, 38 helicópteros de distintos tipos, 100.000 fusiles de asalto AK-103 y plantas de producción de fusiles y de cartuchos. Ese desaforado gasto militar continuó e incluso se ahondó en los años siguientes (tanques, misiles tierra-aire, submarinos, etc.).
Colombia no puede ni debe entrar en una carrera armamentista similar a la venezolana. Ya el gasto militar en nuestro país es muy alto debido a los requerimientos de la seguridad interna: actualmente, estamos destinando a este rubro el 3,34 por ciento del PIB, es decir, alrededor de 6.500 millones de dólares al año. Una suma enorme para un país con tantas necesidades. ¿Qué tal que pudiéramos destinar esa suma para enfrentar la pobreza, el desplazamiento o la reparación de las víctimas? Ojalá que algún día las Farc y el Eln entiendan que su guerra no es solamente inútil, sino que está agravando los índices de pobreza que afectan al país.
Sin duda, es importante que Colombia y los Estados Unidos reafirmen que esas tropas solamente buscan actuar contra los factores de violencia interna y el tráfico de drogas ilícitas y no para agredir a los vecinos. Pero, no es despreciable esa presencia -así sea limitada- como un factor de disuasión defensiva frente a los delirios militaristas de nuestro vecino.
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