Por Darío Acevedo Carmona
Blog Ventanaabierta, Medellín
Agosto 30 de 2009
La reunión de UNASUR en Bariloche hay que evaluarla de acuerdo con las expectativas que llevaban distintos países. Al menos se podían identificar tres posiciones. Un primer grupo estaba conformado por los presidentes de Venezuela, Bolivia y Ecuador, que pretendían presionar a Colombia por medio de una resolución condenatoria o de rechazo al Acuerdo Militar con los EE. UU. El propósito de este grupo era vender la idea de que el Acuerdo significa el otorgamiento de siete bases a tropas norteamericanas que van a ser utilizadas para apoderarse del petróleo venezolano y sabotear a los gobiernos que adelantan programas de corte socialista. En tal sentido, las bases gringas representan una grave amenaza para ellos y para el resto del continente y por lo mismo el gobierno colombiano, al permitirlas, cometía traición y realizaba un gesto de agresión. Chávez, Correa y Evo pensaban que era necesario, por medio de la condena a Uribe y a Colombia, reversar dicho acuerdo.
El segundo grupo de países liderados por Brasil y la anfitriona Argentina, se movían, junto con los demás, en un plan de pedir explicaciones a Colombia sobre los contenidos y el alcance del Acuerdo, exigir garantías de que la presencia norteamericana no implicará la vigilancia de sus territorios y sus comunicaciones, no tendrá un carácter agresivo ni violará su soberanía. En este grupo hay posiciones como la de Uruguay que por principio se oponen a la presencia de bases extranjeras en países latinoamericanos hasta la del Perú que planteó el asunto en términos de soberanía colombiana y la de otros que no obstante respetar la decisión soberana de Colombia, querían que los contenidos del Acuerdo fueran puestos sobre la mesa para tranquilidad de todos los vecinos. Este era el grupo mayoritario que impuso un tono diplomático y evitó, en una intensa labor tras bastidores, que la cumbre terminara rota y fracasada.
La tercera posición fue, solitaria, la del gobierno colombiano. El presidente Uribe realizó una primera intervención en la que claramente fijó las condiciones de su asistencia y de su posición. Primero, contextualizó el acuerdo con los norteamericanos en la historia colombiana, segundo, aclaró sus alcances: lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Tercero, recordó los convenios y compromisos suscritos por los países suramericanos en la lucha contra estos delitos, cuarto, manifestó su asombro ante la falta de solidaridad de Latinoamérica en la lucha contra estos flagelos, quinto, aclaró de manera categórica que no había cesión de soberanía y que no se puede hablar del establecimiento de bases extranjeras. Finalmente dio garantías plenas en cuanto a que desde territorio colombiano no se agredirá a ningún vecino. El tono de su intervención fue tranquilo, pausado y explicativo, a la vez que mostró firmeza al declarar que el Acuerdo no tenía reversa y ya estaba finiquitado, evitando de esta forma que la reunión fuese convertida en sesión de moldeamiento del acuerdo.
No me voy a referir a las sacadas de clavos entre Chávez, Uribe y Correa, situación en la que el primero de ellos salió claramente perdedor. El Chávez agresivo, prolijo en el verbo y de amenazas insinuadas se esfumó en vaporosos recordatorios de anécdotas del Libertador. Nunca se le había visto tan descompuesto y fuera de lugar.
El texto de la declaración final, que tenía que ser consensuado, no da lugar a equívocos. Los países del ALBA y defensores del socialismo del siglo XXI se tragaron sus pretensiones en aras de una declaración muy ajena a lo que ellos querían: una condena a Colombia. En cambio, y como buen texto diplomático, la declaración no sólo no condenó a Colombia sino que no se refiere a bases extranjeras en Colombia. En ella se reiteraron los principios comunes del grupo en materia de seguridad, pero, además, se incluyó una nota en la que los países miembros de UNASUR se comprometen a combatir a grupos terroristas y violentos y a establecer lazos de cooperación al respecto.
Lo que sigue es previsible: Chávez buscará la manera de seguir agitando el tema para consumo interno y para, a través de suscitar el miedo a una invasión gringa que va tras el petróleo, consolidar su proyecto comunista, sobre cuya naturaleza dictatorial cada vez hay menos dudas. De otra parte, el presidente ecuatoriano, no obstante señales conciliatorias de Uribe, ha salido a decir en declaraciones pos cumbre que hubo un supuesto consenso para la supervisión in situ de las bases colombianas por una comisión de UNASUR, que evidentemente es una tergiversación de las conclusiones. Por tanto, Correa como Evo, fieles seguidores del proyecto chavista, muy probablemente se mantenga en el mismo tono de reclamo y de rechazo al Acuerdo Colombia-USA y de denuncia de una amenaza imperialista a la que se presta el gobierno de Colombia. UNASUR salió airoso pero tiene el reto de no dejarse convertir en instrumento ideológico
Una mención especial de reconocimiento cabe hacer a la exitosa estrategia diplomática preparada por todo el equipo colombiano y a las intervenciones del presidente Uribe que supo explicar sin dejarse arrinconar y que además, demostró que es posible tramitar las diferencias y las quejas con altura, con respeto y sin agresividad. Un jab directo a la mandíbula de quien ha abusado de la paciencia colombiana.
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