Editorial
El Mundo, Medellín
Agsto 30 de 2009
Al padrecito se le corrió la teja y al Secretario Ban Ki-moon le acaban de meter un gol olímpico.
El presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas, Miguel D’Escoto, condecoró ayer sábado, en solemne ceremonia en el Palacio de Gobierno de La Paz, al presidente Evo Morales como “Héroe Mundial de la Madre Tierra” y anunció además que, junto al líder obrero de origen indígena, exaltado como “el máximo exponente y paradigma de amor a la Pachamama”, después de “amplias consultas entre representantes de los Estados miembros”, el organismo resolvió erigir como “Héroe Mundial de la Solidaridad” al nonagenario ex presidente cubano Fidel Castro y como “Héroe Mundial de la Justicia Social” al fallecido ex presidente de Tanzania Julius Nyerere. “Lo que estamos queriendo hacer – dijo D’Escoto – es presentar ante el mundo a estas tres personas y decir que ellos encarnan las virtudes, los valores dignos de ser emulados por todos nosotros”.
¿Quién es el promotor de tan singulares condecoraciones? El padre Miguel D’Escoto, elegido Presidente del sexagésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas el 4 de junio de 2008, es un sacerdote católico, retirado de los oficios religiosos pero activo político desde los tiempos de la revolución sandinista. A poco de la caída del dictador Somoza fue nombrado canciller de Nicaragua, cargo que ocupó entre 1979 y 1990, período en el que, huelga reconocerlo, jugó un papel importante en los procesos de paz de Contadora y Esquipulas que pusieron fin a los conflictos armados internos de Centroamérica. En la actualidad, además de presidir la Asamblea mundial, el padre d’Escoto es Asesor Superior en Asuntos Internacionales, con rango de ministro, del presidente Daniel Ortega; y es miembro del Consejo Sandinista Nacional y de la Comisión Política, máximo órgano ejecutivo del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Curiosamente, el padre D’Escoto no nació en Nicaragua sino en Los Angeles, California, en 1933; pasó su infancia en Nicaragua pero volvió a los Estados Unidos para cursar sus estudios. Es, sin duda, unas de las personalidades políticas más universales de la patria de Sandino, distinguido con el Premio Lenin por la Paz (1985/1986), otorgado por la Unión Soviética; el Premio Julio Cortázar por la Paz y la Democracia en América Latina y el Caribe (1985), otorgado por el Instituto de Relaciones Internacionales de la Argentina, y el Premio Alfonso Comín por la Paz (primer premiado, Barcelona, España, 1984), entre otros premios y condecoraciones.
Se trata, pues, de un respetable exponente de la izquierda latinoamericana y eso explica el sesgo claramente ideológico de la selección que, para ser francos, no nos sorprende y, al contrario, consideramos aceptable en los casos de Morales y Nyerere, no en el del señor Fidel Castro. Sobre el primero, aun cuando nos desalienta el rumbo autoritario que ha venido tomando su gobierno y su enfoque definitivamente social-chavista, mantenemos una leve esperanza de que su indiscutible liderazgo se traduzca – sin abandonar los canales democráticos – en verdadera redención para las inmensas y empobrecidas mayorías indígenas de Bolivia. Es verdad que la aprobación de la Declaración de la Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas por la Asamblea General en 2007 fue un reconocimiento justo a la lucha de esos pueblos en pro de la justicia, la igualdad de derechos y el desarrollo, y nos parece que el señor Evo representa esos ideales y además – aun cuando suene rimbombante el título que se le ha otorgado – se justifica por haber liderado el movimiento para que la ONU declarara el 22 de abril como Día Mundial de la Madre Tierra.
Nyerere es llamado, con toda justicia, “padre de la independencia” de Tanzania. Hijo de noble casta, se doctoró en Letras y Derecho en la Universidad de Edimburgo, y regresó a su país en 1954 para fundar la Unión Nacional Africana de Tanganyka, movimiento de liberación en el que confluían las tendencias nacionalistas y socialistas, para el cual consiguió apoyo político y militar de la Unión Soviética y China Popular. Proclamada la independencia de Tanganyka, asumió como Presidente en 1961 y tres años más tarde preparó una revuelta popular contra el Sultán de Zanzíbar y consiguió la constitución de una federación entre Tanganyka y Zanzíbar, que pasó a denominarse República Unida de Tanzania, de la que fue presidente, reelegido una y otra vez, hasta 1985, cuando dimitió del poder y se mantuvo como presidente del partido único, hasta 1992, cuando la presión popular condujo al multipartidismo. Otra paternidad que le atribuyen a Nyerere es la del “socialismo a la africana”, un fallido experimento colectivista mediante el cual organizó a los campesinos en comunidades voluntarias para cultivar la tierra, mientras que el comercio, la industria, el transporte y la banca fueron nacionalizados. Su pretensión económica era alcanzar la autosuficiencia alimentaria, pero después de diez años del experimento, tuvo que reconocer, en un gesto de sinceridad poco común, que “Tanzania no es ciertamente ni socialista ni autosuficiente”. La guerra contra Uganda en el 80 acabó ciertamente con el régimen de Idi Amín pero aceleró la ruina de su país. A pesar de su fracaso, aceptemos que fue un “héroe de la justicia social”, equivocado sí, pero aparentemente de buena fe, y está bien que le entreguen a su viuda ese reconocimiento póstumo.
En cambio, la cuadratura del círculo es que el máximo organismo mundial exalte al dictador cubano Fidel Castro como “Héroe Mundial de la Solidaridad” y que, para colmo del exabrupto, D’Escoto nos diga que “más que un héroe, Fidel es lo más parecido a un santo que tenemos en nuestro atribulado mundo”. Al padrecito se le corrió la teja y al Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, le acaban de meter un gol olímpico.
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