viernes, 28 de agosto de 2009

La furia de Chávez

Por Edmundo López Gómez

El Nuevo Siglo

Agosto 28 de 2009

CUANDO Chávez sea llamado a cuentas por su propio pueblo se conocerán las multimillonarias inversiones que, con sacrificio del bienestar de sus gobernados, ha hecho para adquirir los más modernos equipos bélicos de aire, mar y tierra, en cantidades alarmantes. En efecto, ningún país vecino amenaza a Venezuela y resulta patente paranoia pensar que EE.UU. esté planeando una invasión para apoderarse de la riqueza petrolera del Orinoco, como lo ha concebido la mente alucinada del coronel Presidente.

Contrariamente, podrá pensarse que utilizaría esas armas para ponerlas al servicio de conflictos que él mismo está creando en nuestra región, incluso estimulando a fuerzas subversivas como las Farc, para comprometerlas con su Movimiento Bolivariano, inspirado en una doctrina expansionista y desestabilizadora: su Socialismo del Siglo XXI.

El notable historiador y ensayista mexicano, Enrique Krauze, en su libro El Poder y el Delirio, ha dejado un valioso testimonio o, mejor, “un alegato directo”, como él mismo lo dice, sobre el “nuevo culto bolivariano” y “contra la mentira ideológica que lo sostiene”, pero el mismo autor avizora los peligros que ese culto y esa mentira representan para las democracias de nuestra región.

Es de esperar que en la reunión de Unasur en Bariloche, Argentina, salga a la superficie esa grave amenaza, porque la carrera armamentista de Venezuela crea situaciones que superan lo imaginable y no es propiamente la asistencia militar de EE.UU. a Colombia, la que deba preocupar.

Afortunadamente, varios presidentes y cancilleres de naciones suramericanas no le hicieron “la segunda” a Chávez en Quito cuando pretendió que se condenara a Colombia por la determinación de negociar con Washington una asistencia militar que resultaba conveniente y necesaria. Habrán entendido que ante tan peligroso vecino, Colombia tenía que tomar precauciones, o lo que en lenguaje de la paz se llama “poder disuasivo”, un poder para evitar la guerra, o los zarpazos que, eventualmente, podrían estar fraguándose contra nuestro territorio (La Guajira, por ejemplo) por parte de quienes se creen reivindicadores de supuestos derechos históricos de Venezuela y que habría usurpado Colombia.

De otra parte, Chávez se cree Bolívar vuelto a nacer, y ha querido, a base de propaganda y petrodólares, unir a su alrededor a varios países latinoamericanos pero bajo la profesión de un credo político bien distinto al que predicó el Libertador en Angostura.

Habrá que concluir, entonces, que la furia de Chávez; sus irrespetos a la dignidad que encarna a nombre de Colombia su Presidente, se deben a que nuestro Estado, con los acuerdos de asistencia pactados con Washington, -así no lo aprecien algunos dirigentes de la izquierda democrática colombiana e intelectuales despistados-, ha respondido adecuadamente el inmenso poder de ofensa construido por él para fortalecer su proyecto político expansionista, con el agravante que, de contera, ha convertido a Venezuela en corredor del narcotráfico, en proveedor de armas para las Farc, y en territorio de veraneo de sus cabecillas.

Sí; Colombia tiene hoy un poder disuasivo que no tenía, y eso ha sacado de quicio al presidente Chávez.

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