Por Alfredo Rangel
Revista Semana, Bogota
Agosto 22 de 2009
Una ola de dolor justificado y de pesimismo injustificado ha recorrido al país a raíz de la conmemoración del vigésimo aniversario del asesinato de Luis Carlos Galán. Esta fecha ha sido ocasión para un muy justo reconocimiento a la memoria del líder inmolado, pero también oportunidad propicia para ejercer la inveterada práctica de la autoflagelación que disfrutamos los colombianos.
Que estamos igual que hace 20 años, que no ha cambiado nada, o que estamos peor, se ha oído decir por doquier. A las primeras de cambio, ante cualquier impacto emocional, perdemos la perspectiva. Competimos en mostrarnos como los más pesimistas, los más severos críticos del país, de nuestra gente y nuestras instituciones .Yo, por mi parte, prefiero ser un optimista aguafiestas y no sumarme a las plañideras de ocasión. Creo que mejor se honra la memoria de Galán celebrando los inmensos avances que ha tenido el país en los últimos 20 años, algo que, con la honestidad intelectual que lo caracterizaba, muy seguramente el mismo Galán habría reconocido y celebrado.
Para empezar, la influencia y el poder del narcotráfico se han reducido de una manera enorme en los últimos años. Las poderosas organizaciones mafiosas que eran los carteles de Medellín, de Cali, del norte del Valle, ya no existen y no tienen reemplazos como máquinas de guerra, ni como proyectos políticos, ni como amenazas a la institucionalidad. Subsiste el narcotráfico, pero se han reducido abrumadoramente sus efectos colaterales de violencia y corrupción. Esto es lo singular del caso colombiano en América Latina. Mientras otros países, como México, Brasil y Venezuela, por cuyos territorios pasan solamente fracciones de la cocaína colombiana, ven crecer de una manera inusitada sus niveles de violencia y corrupción, en nuestro país hay cada vez menos violencia, menos corrupción… y menos cocaína. No hay sino que comparar los 80 homicidios por 100.000 habitantes que tuvimos a comienzos de los años 90 con los 34 de hoy. O los más de 400 de Medellín en la misma época con los menos de 40 de ahora.
Afortunadamente en Colombia nunca volverá a ocurrir que tres candidatos presidenciales sean asesinados por un grupo mafioso. De hecho, las últimas elecciones parlamentarias fueron las menos violentas y las más seguras de los últimos 25 años. Como nunca en los últimos decenios, ahora todos los partidos por igual tienen garantías reales para el ejercicio de la política. Lo mismo vale en sus oficios para periodistas, sindicalistas o defensores de derechos humanos.
También en el combate contra la corrupción hemos avanzado mucho. Hoy es impensable que ocurra lo de hace 20 años: que sean fletados por el narcotráfico un Director de la Policía Nacional, o un Procurador de la Nación, o un Contralor de la República. O que a una campaña presidencial ingresen a rodos recursos de la mafia. O que un cartel mafioso compre bancadas enteras de parlamentarios sin ser descubiertos, procesados y encarcelados. Los juicios de la para-política que descubrieron y castigaron las alianzas entre paramilitares narcotraficantes y muchos políticos, fueron posibles gracias a la desmovilización de los paramilitares y al encarcelamiento de sus principales jefes. Esta catarsis nacional ha volteado para siempre la página de esa relación tan amplia y abierta de la política con el narcotráfico y la violencia.
Y para que dejemos de darnos tanto látigo masoquista y de despreciar nuestra propia justicia, no hay sino que comparar, por ejemplo, lo que han sido la investigación y el castigo de los asesinos del presidente Kennedy en Estados Unidos, con los de Galán en Colombia. Hay casi un consenso general en que a Kennedy lo mató una conspiración entre la mafia y sectores del establecimiento norteamericano, con gran ocultamiento y complicidad de organismos de seguridad estatales. Suena familiar, ¿no? Pues hoy, después de 46 años, no hay ni una sola persona llamada a juicio, ni procesada ni castigada por ese crimen. Con el asesinato del supuesto asesino, Harvey Oswald, se cerró el caso. Es como si aquí hubieran asesinado al inocente Hazbum y se hubiera cerrado el caso Galán. Pues no. En Colombia el asesinato de Galán no quedó impune: sus principales instigadores de la mafia fueron identificados y abatidos por la Policía, otros fueron a la cárcel. 'Popeye' lleva 18 años encerrado. Claro, faltan otros responsables, pero están cayendo o caerán en el futuro.
Veinte años después, el narcotráfico en Colombia no es un fenómeno en auge, sino contenido y en declive. Y nuestro país es más libre por esta causa. Dejemos la autoflagelación a un lado y alegrémonos de que esto sea así. Es el mejor homenaje a Galán: su muerte no fue inútil.
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