Editorial
El Tiempo, Bogotá
Agosto 27 de 2009
Una nueva andanada proveniente de Caracas no parece ser el antecedente más auspicioso para la cumbre de Unasur mañana en Argentina. El origen de esa impresión no es otro que las declaraciones irrespetuosas de Hugo Chávez, ya no solo contra el gobierno de Álvaro Uribe, sino contra los colombianos.
Es un hecho que la beligerancia del mandatario vecino superó todos los límites diplomáticos y que hace mucho tiempo esta dejó de ser folclórica y emotiva. Los frentes de ataque son ahora más variados y requieren de inmediato el despliegue de una estrategia diferente del silencio prudente, tanto para desactivar como para aislar la agresividad del Palacio de Miraflores.
Una de las razones que ameritan un cambio de actitud es la injerencia del presidente venezolano en los asuntos internos de Colombia. El domingo pasado, en su tradicional alocución, el ex coronel habló sin tapujos de su proyecto de impulsar la revolución bolivariana de este lado de la frontera.
Esta arremetida desembocó ayer en una enérgica protesta del Gobierno en el Consejo Permanente de
El motivo es que el uso de los canales diplomáticos es el indicado para demostrarle a la comunidad regional y mundial en dónde se encuentran los riesgos de seguridad en el Hemisferio. Sin desconocer la necesidad de explicar hasta la saciedad que la presencia estadounidense en nuestras bases militares no constituye una amenaza regional y aceptando la existencia de grupos irregulares en su territorio, Colombia mantiene una tradición de casi dos siglos de respeto a sus vecinos, que ya no es recíproca, pero que debe ser resaltada.
No solo es falso, sino además irresponsable, decir que en la región soplan vientos de guerra, alentados desde Bogotá. El esfuerzo de fortalecimiento de las Fuerzas Armadas colombianas no tiene otro propósito que el de mejorar la seguridad interna, no alimentar propósitos expansionistas. No ocurre así con las compras de aviones caza y equipo militar adicional por parte de Venezuela, o con los coqueteos hacia Irán y Rusia, que generan serios interrogantes.
Tampoco es aceptable el chantaje comercial, así como el cuestionamiento a las empresas de capital colombiano que operan legalmente en territorio venezolano, con el alegato de que hay que buscar en sus cuentas dineros ilícitos del narcotráfico. Expropiaciones sin indemnización, ocupaciones militares de instalaciones fabriles y nacionalizaciones son armas de presión que Caracas blande otra vez. Esta no es una amenaza de poca monta, frente a la cual el Gobierno debe estar listo para reaccionar con todas las herramientas jurídicas a su disposición. No hay que hacerse ilusiones: esas son las acciones típicas de un régimen autoritario y así se deben denunciar sin descanso ante la comunidad internacional.
Por mucho tiempo, el gobierno venezolano ha jugado a la montaña rusa en las relaciones binacionales: hoy con insultos y mañana con palabras cariñosas. Sin embargo, la agresiva retórica de Chávez no deja a Colombia más alternativa que la de defenderse de manera inteligente y estratégica. Si el presidente de Venezuela considera que es "imposible" darle un abrazo a su homólogo colombiano, es menester decir que el sentimiento es mutuo, así el propósito en un futuro que hoy se ve lejano sea el de recomponer las relaciones con una nación hermana.
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