martes, 15 de septiembre de 2009

Iniquidad del salario mínimo

Hernán González Rodríguez

La República, Bogotá

Septiembre 15 de 2009

Una de las publicaciones clásicas sobre las iniquidades del salario mínimo data del año 1955, su autor es un economista y editor emérito de algunas revistas, de nombre Paul Poirot, fallecido en 2006. Repasemos algunas de sus ideas.

Con diferencias de detalle, la fijación de un salario mínimo por ley se ha convertido en una iniciativa de todos los partidos políticos del mundo, porque la consideran como acertada, aunque no existe la seguridad de que logre su cometido.

Los proponentes de los salarios mínimos sostienen que, quienes trabajan, adquieren un derecho válido frente a la sociedad o sus empleadores, por un salario que les resulte ser suficiente para garantizarles un estándar de vida adecuado.

No es nada sencillo precisar lo que constituye un estándar de vida adecuado. La opinión general lo ubica entre los extremos de la pobreza y la riqueza, de lo cual concluyen algunos que los pobres son pobres porque los ricos son ricos y que los empresarios explotan a sus empleados.

Las teorías del salario mínimo no encajan con la experiencia, por la sencilla razón de que el trabajo como tal no es un bien escaso ni siempre útil para los seres humanos. El esfuerzo físico no figura como una de las cosas que las gentes demandan en el mercado, a la manera de los bienes y servicios, los cuales sí son apreciados en forma independiente del esfuerzo invertido en su producción. Para los defensores del salario mínimo, el trabajo humano figura como la única cosa de valor para la sociedad.

Supongamos que se estableciera un salario mínimo suficientemente elevado para que cumpliera con los estándares de vida adecuados. El efecto negativo de tal salario recaería sobre las personas menos capaces de devengar ese salario. Porque el salario mínimo les negaría a tales personas el derecho a trabajar de acuerdo con sus capacidades. Estas leyes equivalen a menudo a afirmar: "si usted no merece ni un salario mínimo, pues usted no vale casi nada".

El señor Poirot considera esto como una de las mayores injusticias de las sociedades civilizadas: la asociación de los grupos fuertes para privar a los débiles de sus limitadas posibilidades de ayudarse a sí mismos. Esta fuerza productiva se dilapida y la sociedad se empobrece. Sobre todo, cuando los políticos empeoran las cosas y deciden subsidiar a quienes padecen esta discriminación. Para los jóvenes, una remuneración baja para aprender en una empresa puede equivaler a ingresar a un instituto tecnológico.

Las consecuencias del salario mínimo suelen tener efectos fatales en medio de las depresiones económicas como la de 1930, porque la idea de los sindicatos, tendiente a exigir siempre mayores salarios sin ajustarse a las realidades amargas del mercado, lanzó a la calle a numerosos miembros de dichos sindicatos.

Insisto, si en Colombia nos ocupáramos de temas diferentes a la politiquería de las "altas cortes" de nuestra justicia, quizá ya habríamos reestablecido salarios mínimos para el campo, diferentes de los de las grandes ciudades, como acontecía por acá hasta cuando el señor Belisario Betancur ocupó nuestro Ministerio de Trabajo. Y habríamos revisado los impuestos sobre los salarios.

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