Vicente Torrijos R.
El Nuevo Siglo, Bogotá
Septiembre 15 de 2009
Alentado por haber conseguido un montón de petróleo en el Atlántico, el presidente Lula da Silva anda proclamando a diestra y siniestra que en los pocos meses que le restan de gobierno convertirá a Brasil en la gran potencia del siglo XXI.
Así que, de la noche a la mañana, Lula se ha dado a la tarea simultánea, presuntuosa e implícitamente errática de ser árbitro, mediador y garante del equilibrio de poder en Suramérica.
Eufórico porque el Liberalismo local y parroquial le pide cada 8 días que sea el intermediario entre Bogotá, Quito y Caracas, Lula se ha inventado ahora la tesis de que Colombia tiene un “contencioso” con Ecuador y Venezuela, y que es necesario resolverlo sobre la base, claro, de que somos una amenaza para el continente.
Asimismo, al ocurrente Presidente se le viene antojando desde hace varios días exigirle a
En pocas palabras, el gobierno del Partido de los Trabajadores cree que por el simple hecho de vociferar y manotear pidiéndole explicaciones a Colombia el mundo entero va a ignorar que su gasto militar es el más alto y desproporcionado de nuestra América (14 mil millones de dólares), que va a disponer en breve de equipamiento nuclear submarino, y que está comprando no seis, ni dieciséis, ni veintiséis, sino ¡36! aviones caza bombarderos de máxima tecnología.
Como si fuera poco, Lula sueña con mejorar el Scorpene francés para construir entre el 2016 y el 2021 su propio submarino nuclear (violando, de manera flagrante, el espíritu de Tlatelolco), y a su comandante de
Bonita forma de justificar el gasto militar, de ver la paja en el ojo ajeno, y de querer convertirse a cualquier precio en una potencia militar sacrificando la mesura, la fineza y el tacto que hasta hace poco caracterizaban a Brasil en el concierto de las naciones.
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