Por Darío Ruiz Gómez
El Mundo, Medellín
Junio 22 de 2009
El juicio que se hizo en su momento al nazismo en Nuremberg no se redujo a enjuiciar a unos jerarcas, sino que tuvo como objetivo de la justicia mostrar la inhumanidad de este concepto político que comprometió a toda una sociedad convirtiéndola en asesina. Lo mismo ha sucedido al enjuiciar al comunismo en Europa, pues de lo que se trató y se trata es demostrar los extremos de barbarie a que condujo una teoría política que a nombre de una hipotética sociedad más humana terminó asesinando a cerca de 45 millones de personas e instaurando regímenes de terror para destruir paradójicamente aquello que nos hace humanos. Toda la obra de Milán Kundera es un análisis de lo que supuso este totalitarismo en la vida de los ciudadanos checos.
En Latinoamérica hace 50 años los llamados movimientos revolucionarios buscaron la realización de esta utopía frente a las injusticias de una minoría económica que nunca quiso reconocer el derecho de los explotados.
Líderes como Luis Carlos Prestes, dejaron una imagen de verdadero liderazgo cuando aún no había comenzado a degradarse el movimiento sindical ni la guerrilla. En Colombia el Partido Comunista jamás renunció a la lucha armada a pesar de la caída de los regímenes comunistas en Europa y Asia y la comprobación de la falsedad de esta doctrina, tal como lo hicieron los demás partidos comunistas en el mundo. Lo que la justicia colombiana va a enjuiciar no son pues nombres, sino personajes asociados a un proyecto político que jamás condenaron. ¿Cuál fue acaso la respuesta de los cuadros intelectuales del PC o de los “helenos”, gran parte de los cuales eran profesores universitarios o sea, seres pensantes? ¿Cuándo se atrevieron a condenar la caída de la guerrilla en el narcotráfico y el terrorismo?
Si una teoría política cae en lo criminal al buscar un fin justificando cualquier medio para ello debemos recurrir, al enjuiciarlo, no a un enfoque anecdótico, sino a un enjuiciamiento objetivo de quienes fueron capaces de callar ante esta caída en la barbarie. Es aquí en el terreno de lo ético en donde conceptos como perdón y reparación adquieren todo su significado frente a los alcances apresurados de manipular el olvido y la paz. En el reino de la justicia no caben ni la venganza ni el rencor ciego, ni, por supuesto, el perdón por decreto, pues es aquí en donde cobran dimensión la soledad de los muertos, la melancolía de quienes sobrevivieron. Y es aquí donde los individuos como seres responsables no pueden disimular ni justificar su complicidad con estas doctrinas degradadas.
Aquí la política y sobre todo esa Izquierda olvidó que lo político sin lo ético, tal como sucedió con los totalitarismos, supone la una abdicación de esta responsabilidad o sea la complicidad, que, finalmente se paga ante la fuerza vindicadora de las víctimas.
45 años de lucha armada, más de 200.000 víctimas de este intento de supuestamente cambiar una sociedad para hacerla más justa, estrategias criminales descritas por los grandes pensadores europeos pero ocultadas en Latinoamérica por grupos de intelectuales al servicio de “esta causa”. Entrar en la edad de
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