Eduardo Pizarro Leongómez
El Tiempo, Bogotá
Junio 29 de 2009
Desde hace algún tiempo para acá, reconocidos dirigentes de izquierda viven de visita en visita a Washington, Ottawa o Bruselas exigiendo todo tipo de sanciones contra Colombia, tales como la no firma de los tratados de libre comercio, con el argumento de que tales sanciones pueden inducir cambios democratizadores en el país.
Desde mi perspectiva personal, esta visión no recoge, por una parte, la experiencia internacional y, por otra, termina generando efectos contraproducentes para el país y, ante todo, para los sectores populares que esos sectores afirman representar.
En cuanto hace a lo primero, la larga experiencia internacional de utilizar el chantaje comercial para generar cambios de conducta política ha sido un desastre. Menciono solamente tres ejemplos.
Hoy en día, todos los historiadores reconocen que la duras penalidades que le impusieron a Alemania tras la I Guerra Mundial en el Tratado de Versalles (con objeto de impedir el rearme alemán), no solamente condujeron a lo contrario -un nacionalismo exacerbado y, finalmente, al nazismo-, sino que le produjeron tales dificultades económicas a la población, que esta no dudó en apoyar a los enemigos ultranacionalistas del Tratado de Versalles.
La política de petróleo por alimentos y drogas en Irak durante el gobierno de Saddam Hussein, igualmente, le generó sufrimientos terribles al pueblo iraquí y no produjo ningún cambio significativo en la política del régimen del Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baas). Es más. Este endureció la represión interna contra los movimientos que se sintieron alentados desde el exterior.
Y, finalmente, para llegar a nuestro continente, basta mirar a Cuba. El bloqueo económico ha agudizado las necesidades insatisfechas del pueblo cubano y, a su turno, prolongado el régimen de partido único que ha utilizado el bloqueo como un mecanismo de legitimación interna.
Pero, además de que la experiencia internacional demuestra que los chantajes económicos no inducen cambios internos, lo más grave es que sí generan "efectos perversos" indeseables.
Tratar de convertir a Colombia en una suerte de Albania cerrada al mundo genera un capitalismo rentista, en el cual los grupos capitalistas internos, sin presión externa, no tienen que innovar ni competir. Resultado: estancamiento de la productividad y costos más altos de los productos para el consumidor. En efecto, el capitalismo rentista que resulta de la falta de apertura externa golpea brutalmente a la población y, en especial, a los sectores populares, cuyo deterioro de la calidad de vida se acompaña de un agravamiento de otros indicadores (salud, educación, vivienda, etc.).
Por estas razones, abstraer la dimensión política (una supuesta presión democratizadora) de las otras dimensiones (comerciales, sociales, tecnológicas) constituye un grave error. Chile es la sociedad más abierta de América Latina y, a su turno, la que ha logrado no solo disminuir más a fondo la pobreza, sino la que más ha mejorado los índices de seguridad y los mecanismos democráticos.
Me molesta mucho la tendencia creciente de intelectuales progresistas de abogar por un "imperialismo humanitario". Cada día más y más sectores de izquierda visitan a Ottawa o Washington para rogarles que le impongan sanciones a Colombia por X o Y razones. Por el contrario, yo detesto que los países industrializados, con su tradicional doble moral, nos den lecciones y nos impongan conductas que ellos mismos se pasan por la faja. Sancionan a Colombia, pero cierran los ojos ante los crímenes de Vladimir Putin en Chechenia o la grave situación de los derechos humanos en China. Business is business.
Yo creo más en las presiones internas de los sectores democráticos para impedir deslizamientos autoritarios que en el "imperialismo humanitario". Y creo que un país abierto, con amplios acuerdos comerciales, está más expuesto y obligado a rendir cuentas que un país cerrado.
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