Editorial
El Mundo, Medellín
Junio 16 de 2009
Hablar de ‘crímenes de Estado’ en un Estado de Derecho Democrático, como es Colombia, es un absoluto contrasentido.
Hay una especie de confabulación en el Congreso, en donde compiten algunos miembros de la oposición, especialmente del Polo Democrático, en descalificar la política de seguridad democrática y en acusar directamente al Comando general de las FFAA de la responsabilidad de los ‘falsos positivos’. Inclusive nos llamó la atención leer recientemente una declaración del senador Juan Manuel Galán en el sentido de que “los asesinatos de jóvenes inocentes, presentados como miembros de grupos insurgentes dados de baja en combate, no pueden verse como casos aislados sino que responden a una cultura institucional”. De ahí a decir que se trata de una ‘política de Estado’ – como propalan los medios clandestinos de la extrema izquierda terrorista – no hay sino un paso, y nos preocupa que tal deformación de la realidad, so pretexto de hacer oposición al Gobierno, esté haciendo carrera al interior del Partido Liberal.
Hay que partir de la base de que hablar de ‘crímenes de Estado’ en un Estado de Derecho Democrático, como es Colombia, es un absoluto contrasentido. El Estado no delinque, vale decir, no puede atribuírsele la iniciativa y la responsabilidad de la comisión de un delito, ni tampoco la de propiciar una cultura institucional delictiva, porque es el propio Estado, a través de sus instituciones respectivas, el que determina qué es delito, juzga al delincuente, señala la pena y la hace cumplir. Si Colombia fuera una dictadura, manejada arbitrariamente por una tiranía personal, o incluso de partido único como en la ex Unión Soviética o actualmente en Cuba y varias satrapías del África, existiría esa posibilidad, pero este es un país de leyes, que juraron cumplir desde el Presidente de
Por el contrario, ha sido notable la determinación y eficacia del Estado colombiano en la atención, investigación y castigo de los ‘falsos positivos’, especialmente desde que estalló el escándalo por los crímenes de los jóvenes de Soacha. No hay que olvidar, mientras se obre con buena fe – que es lo que no parece animar a algunos opositores – que a raíz de esos hechos se produjo la purga más drástica de que se tenga noticia en los más altos niveles del Ejército Nacional. Tres generales fueron llamados a calificar servicios junto a cuatro coroneles, siete tenientes coroneles, cuatro mayores, un capitán, un teniente y siete suboficiales, no porque se les hubiera probado la comisión de los delitos, sino porque una investigación administrativa y operativa al interior de la institución, ordenada por el Gobierno, encontró grave negligencia en la línea de mando “que pudo haber facilitado la colusión de algunos miembros del Ejército Nacional con delincuentes externos que gozaban de impunidad, a cambio de contribuir al logro de resultados irregulares que van en total contravía de
Por eso nos pareció sumamente oportuna la denuncia que hace el ministro encargado de
Dice el general Padilla que cuando habla de guerra política no se refiere a la oposición sino “a organizaciones criminales que están tratando de frenar el ímpetu de los soldados y el apoyo que les brindan los colombianos”. Es muy prudente en ello. La verdad es que hay elementos de la oposición que, desde la tribuna del Congreso y a través de los medios de comunicación, le hacen el juego a esa monserga de los ‘crímenes de Estado’, tan propia de la extrema izquierda armada, marxista-leninista – que sí tiene en la historia de los totalitarismos, que existieron y existen a su nombre, una larga lista en esa materia – pero que cínicamente utiliza para desacreditar al Ejército por aquello de la ‘combinación de todos los medios de lucha’, de los cuales la mentira es su permanente práctica.
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