Editorial
La Patria, Manizales
Junio 23 de 2009
Enfrenta otra vez la humanidad la crisis irreparable de los sistemas socialistas. Lo que pasa en la Irán de Ahmadinejad, en la Cuba de Castro, en la Corea del Norte de Kim Il Sung, en la Venezuela de Chávez, en la Argentina de los Kirchner, en la Bolivia de Evo o en la desdichada Ecuador de Rafael Correa, no debiera asombrar a nadie. Lo asombroso es que a estas alturas se pregunte alguno qué es lo que pasa, o todavía peor, que se le quiera encontrar una explicación consoladora a ese dolorosos pasar.
La refutación teórica del Socialismo se ha hecho mil veces, con argumentos incontrovertibles. Nos parece que en la obra de Ludwig Von Mises quedó dicho cuanto se pudiera sobre un sistema irracional, torpe, contrario a la naturaleza humana y que fatalmente desemboca en una orgía de poder que destruye la libertad humana. ¡Y saber que aquello fue escrito en el año de 1.932! Pero la tenacidad socialista es invulnerable a la razón. Después de aquella obra del famosos profesor austro-húngaro, seguida de otras no menos cenitales, como el Camino de Servidumbre de Hayeck, se levantó el Muro de Berlín y estuvo alzado, para desdicha de millones, hasta comienzos de los 90; se instauraron decenas de tiranías de ese corte en países asiáticos y africanos; se impuso el despotismo cubano; se intentaron muchos gobiernos socialistas en Latinoamérica, que hoy presencia el grotesco espectáculo del Socialismo del Siglo XXI.
Admitamos que haya discusiones teóricas que no terminan nunca. Que hay dogmatismos que resisten por siglos los embates de la razón. Pero es que en esta materia no está en juego un asunto de doctrina, sino de praxis. Aquí la cuestión está en saber si una forma de manejo económico y de estructura social produce buenos o malos resultados. Y ante los hechos, que son tozudos, no caben alegatos. Y sin embargo….
Sin embargo volvemos a las andadas. Con los mismos cuentos de la igualdad caemos en el sistema de la más oprobiosa desigualdad que pueda conocerse. Con el otro cuento de la soberanía popular, edificamos los poderes políticos más antipopulares de la historia. Tras del prurito del progreso para todos, montamos la más absurda y generalizada pobreza.
Ahmadinejad es de esa cuerda. Por eso su entrañable amistad con Chávez, el déspota caribeño que se le parece tanto. Ahmadinejad ha gobernado uno de los países más ricos de la tierra. A Irán le han entrado toneladas de petróleo y de dólares. Y cuando se presenta a la reelección, para la que suelen ser dóciles las gentes que se sientes confortables, se le viene el mundo encima. Y tiene que recurrir al arsenal de los recursos extremos que siempre usaron los gobiernos socialistas. Las censuras, las prohibiciones, los encarcelamientos, las palizas en la calle y los asesinatos. Es más de lo mismo. Es lo de China en Tianamen; lo de la Unión Soviética hasta Gorbatchev y Yeltsin; lo de los tiranuelos africanos; lo de Pol Pot; lo de Castro, en nuestras narices y hasta nuestros días. Porque el socialismo es el mismo, aquí y en cualquier lugar, en las estepas de Siberia o en las tórridas playas antillanas.
En la tragedia iraní hay un desgraciado componente adicional, que es la teocracia. Para colmo, el socialismo de allá se hace en nombre de Alá. Es como cuando se practica a nombre del nacionalismo, de los valores de la raza, o de la histórica grandeza de un pueblo. Los socialismos de Hitler y de Mussolini, el de Stalin o los pintorescos que festonan la historia triste de Latinoamérica, no se hicieron como meras fórmulas de producción y distribución de bienes, que ya es suficiente para un socialismo cualquiera. Se les agregó algo, que los hizo más irracionales, perversos y destructivos.
Ahmadinejad y Chávez, son así. Y no pueden ser de otra manera. Porque en el fondo de su estupidez socialista, hay una atroz ambición de mando. Que por desgracia es lo que casi siempre inspira la irracional aventura socialista. Y por eso les pasa lo que les pasa. Y por eso se caerán como van a caerse.
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