Editorial
El Colombiano, Medellin
Junio 28 de 2009
¿Se merece la comunidad de Medellín que su Alcaldía celebre durante seis meses el evento Cuba: "50 años de una revolución solidaria" y que ese país sea el invitado oficial a nuestra feria del libro? ¿Dónde se publican los libros que dicen lo bueno, lo malo y lo feo de esa revolución que aisló definitivamente a los pensadores cubanos que disentían del régimen?
Razones habrá para hacer de la Feria del Libro en Medellín un homenaje a los cincuenta años de la revolución cubana. Razones habrá para hacer una muestra en el Museo de Antioquia con las imágenes captadas por la lente del fotógrafo oficial que acompañó a los hermanos Fidel y Raúl Castro durante los años de esa revolución que aún no termina. Y razones habrá para bautizar todo este programa que empezó en mayo y culminará en noviembre con el diciente nombre de Cuba: "50 años de una revolución solidaria". Y que no nos vayan a decir ahora que somos anticastristas porque sí.
Tampoco, que sentimos añoranza del régimen también dictatorial de Fulgencio Batista donde ciertos sectores de la dirigencia de la isla fueron inferiores al reto de destronarlo. Quizá porque a Cuba llegaban en avión, yates y barcos de gran calado los magnates de entonces a construir sus mansiones, jugar en sus propios casinos y practicar el turismo sexual, tan en boga allí mismo cincuenta años más tarde. Es que cuando no se aprende la historia o se aprende mal, muy seguramente se repite. La mayor parte del pueblo cubano, incluidos sus dirigentes éticos, aplaudieron el derrocamiento del dictador Batista. Soñaban con el país que se merecían: sin esos abismos de los años 50 del siglo XX, cuando a un puñado de multimillonarios y privilegiados de la dictadura les sobraba todo, mientras una mayoría sobrevivía en la pobreza extrema. Por eso entendemos que Gilberto Ante intentara salir de las penurias tomando fotos y que se entusiasmara al incluirlo Fidel Castro como fotógrafo oficial después del asalto al Cuartel Moncada. No entendemos por qué siguió como fotógrafo oficial de la dictadura castrista. Tal vez, porque ya le era imposible salirse. ¡Quién sabe!
En 1987, quien escribe este editorial y acababa de ingresar a la nómina de empleados de este diario, recibió invitación para hacer periodismo de turismo en Cuba. Aceptó porque quería tener, de cuerpo presente, sus impresiones sobre ese país que no podía ser tan bueno como lo pintaban unos ni tan malo como lo pintaban otros. Y su hipótesis se comprobó. Pero encontró que en la isla no tenía libertad para hacer nada que no estuviera en el libreto de la cordial invitación. Necesitó permiso especial para hablar con algún funcionario del ministerio de Educación y del Hospital Hermanos Aimejeiras. Le fue negado, para visitar Granma, el periódico del régimen. Y en un rato "libre" se fue a una librería. Allí los textos eran baratísimos, pero sólo se encontraban los que reforzaban la ideología de esa revolución o mostraban sus éxitos. Es decir, los libros ni siquiera hacían honor a una de sus etimologías. No eran libres.
En 1994, después del colapso soviético, volvió, y cuál no sería su sorpresa al encontrar a la isla inmersa en la economía del rebusque donde el turista podía comprar incunables en la calle, desempolvados de miles de anaqueles hogareños y dormidos debajo de montones de años y polvo. "La sociedad democrática es hija del libro. Como del libro es hija, también, la sociedad comunista", escribió Fernando Gómez Martínez, inspirado en Ortega y Gasset quien consideraba el libro una razón de Estado. ¿Se merece Cuba ser invitado oficial a la Feria del Libro? ¿Y se merece la comunidad de Medellín que su Alcaldía celebre durante seis meses el evento Cuba: "50 años de una revolución solidaria"? ¿Dónde se publican los libros que dicen lo bueno, lo malo y lo feo de esta revolución que silenció y aisló definitivamente a los pensadores cubanos que disentían del régimen?
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