Por Francisco de Paula Gómez*
El Tiempo, Bogotá
Junio 23 de 2009
Mediando el último día de negociaciones de la pasada ronda entre europeos y andinos, el jefe negociador de la Unión Europea, el señor Rupert Schlegelmilch, convocó a una reunión de los jefes negociadores con representantes de la sociedad civil de los 27 países de la Unión y con los principales medios de comunicación, con el fin de informar cuáles eran los avances de la ronda, cuáles eran las perspectivas de cara al futuro y los puntos de más crítico interés para cada uno de los países. Así que cada uno presentó su informe y perspectivas de la negociación ante una sala plena, abriendo luego el espacio a la prensa y a los representantes de la sociedad para las preguntas e intervenciones que consideraran.
Y entonces comenzó la pesadilla de ver cómo una docena de organizaciones que se presentaron como representantes de los colombianos todos, regadas por el auditorio y con una descarga continua y sistemática, expresaban que en Colombia no se respeta ningún derecho; que no existe democracia alguna; que los organismos del Estado persiguen libertades y son partícipes de los asesinatos sistemáticos de sindicalistas, de activistas de derechos humanos y de periodistas; que estamos en total estado de guerra; que se quitan posibilidades a los pobres; que el Gobierno es comparable a cualquiera de las más abyectas dictaduras; que no merecemos sentarnos a la mesa de negociaciones, ni con la Unión Europea, ni con nadie.
Y hasta allí llegó el encuentro, pues el acucioso jefe negociador colombiano, Santiago Pardo, hacía esfuerzos por tratar de explicar a atónitos extraños que aunque en Colombia existen innegables dificultades, también ha habido innegables avances y que como país requerimos insertarnos adecuadamente en la comunidad económica internacional para lograr mejores posibilidades de desarrollo.
Es claro que tenemos enormes problemas por resolver, que hemos sido un país con una palpable condición de violencia, que un importante número de colombianos sufre pobreza y marginación, que muchos de los sucesos de la vida nacional son más que dolorosos, que corrupción y atraso social han estado presentes siempre, que existen grandes debates y desacuerdo nacionales, que hay polarización. Pero no puede desconocerse que en este país hay una larga tradición institucional; que hay positivas iniciativas económicas, políticas y sociales; que se trabaja todos los días por superar el subdesarrollo; que se han logrado grandes avances en temas relacionados con inversión, seguridad, salud, educación, y una larga lista de etcéteras más.
Es necesario admitir que grandes problemas del país --y de muchos países¿requieren, para su solución, del concurso de otras naciones o de organismos multilaterales, eso es inapelable. Abusos contra los Derechos Humanos, las libertades o la democracia, que a nadie le queda duda que hay que denunciarlos. Si es necesario acudir a la comunidad internacional para que coadyuve en la solución de problemas como el narcotráfico, la violencia, la corrupción, etc., pues hay que hacerlo, presentando las cosas tal como son; pero deformar totalmente la realidad de una nación para vendérsela al resto del mundo, es un crimen por lo menos igual a los que se dice querer solucionar; y sin duda genera una huella indeleble de la que difícilmente el país luego podrá recuperarse en el futuro.
Así que además de los tantos problemas que padecemos en el país, que ya de por sí son suficientes, infortunadamente parece que a varios les ha parecido adecuada una estrategia de 'autoarruinamiento frente a la comunidad internacional', que lo único que hará es cerrarle puertas al país, quitarles posibilidades a los colombianos. Es entendible --y deseable-- que existan personas u organizaciones con diferentes posiciones ideológicas, políticas y sociales que difieran del manejo del país o que no concuerden con algunos de sus líderes; o que incluso posean razones para el resentimiento, seguramente relacionado con la violencia. Pero destruir ante propios y extraños a su tierra, estigmatizarla y acabar con cualquier resquicio de respetabilidad es un error. Si la nación fracasa, no tendremos un mejor futuro.
* Presidente Ejecutivo AFIDRO
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