Alfonso Monsalve Solórzano
El Mundo, Medellín
Junio 28 de 2009
El presidente Chávez amenaza nuevamente con cerrar Globovisión, aunque no cita su nombre expresamente, por mantener una posición firme contra el gobierno venezolano y sus políticas. Exige rectificación de su línea editorial como condición para no clausurarla. Argumenta, que la oposición ejerce un ‘terrorismo mediático’, que envenena la mente de los venezolanos; que ese canal se ha convertido en un verdadero ‘problema de salud pública’ y que su cierre ‘nada tiene que ver con la libertad de expresión’.
En esta columna me he referido muchas veces al papel que la libertad de expresión juega en una democracia y he afirmado que basta comparar lo que ocurre en el país fronterizo con el nuestro, en este campo, para que se saquen las conclusiones respectivas.
Nada incomoda más a un tirano que la crítica. Por supuesto, de alguna manera, a todos nos molesta. Es apenas natural. Pero el ego hipertrofiado del tirano, que concentra todos los poderes en su férreo puño, piensa que siempre tiene la razón. Está por encima de toda crítica (como pensaba Stalin), y actúa en consecuencia, acallando a aquellos que ponen en tela de juicio sus acciones y criterios.
Alguna vez Karl Popper, quizá el filósofo más destacado del Siglo XX, dijo que la ventaja de la democracia respecto a otros sistemas políticos era que tenía un entramado de controles que impedían que el gobernante malo pudiera ejercer su maldad de manera brutal.
La libertad de prensa, manifestación de la libertad de expresión, es uno de los más importantes de esos controles. No hay régimen tiránico que no la silencie, y convierta la opinión en propaganda, disfrazada de verdad. La infalibilidad del líder es la garantía de que lo que dice es una verdad revelada que no permite discusión ni más interpretación que la que se desliza, majestuosa, de su boca, u, obsecuente, de la de los intérpretes oficiales, voceros exclusivos de su Señor, aunque siempre en peligro de caer en desgracia, si no adivinan en su proclama el sentimiento recóndito del déspota en trance de divinidad.
La democracia es pluralismo de opciones, y por tanto, de opiniones. En la nuestra, las libertades de expresión y de prensa han permitido la confrontación de ideas que hoy vivimos. Nada ocurriría con los temas candentes que hoy enfrentamos, si no hubiesen sido ventilados en los medios. Ni la parapolítica, ni los enfrentamientos entre los poderes, ni la reelección; nada de eso estaría en la agenda nacional. En la Colombia de hoy nunca podría ocurrir el caso Globovisión. Simplemente es impensable, como lo es que la ley de la gravedad no funcione. Está en el centro de nuestra cultura y nuestra física política.
En una curiosa paradoja, algunos de los más acérrimos opositores al gobierno claman por la falta de libertad de expresión en sus columnas profusamente difundidas y se ofenden porque alguien osa poner en cuestión sus puntos de vista. Para ellos, la crítica es una violación de la libertad de expresión cuando ésta se ejerce contra sus opiniones. En una curiosa concepción de dicha libertad, el gobierno no tiene derecho a defenderse con argumentos. Si llega a rebatir alguno de los puntos de vista que desestiman sus ejecutorias o sus estrategias, es persecución política.
No quiero imaginarme cómo sería este país en manos de estos críticos, que, en cambio, no han dicho una sola palabra en defensa de las libertades de prensa y expresión de Venezuela, quizá porque comparten la creencia de que hay tiranías buenas: las que efectúan sus amigos. No quiero imaginarme cómo sería este país en manos de esos críticos, porque la imagen de Globovisión acallada se multiplicaría por cien en Colombia.
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