Editorial
El País, Cali
Junio 17 de 2009
El pasado lunes
En términos breves puede decirse que con la aprobación del principio de oportunidad se aplica la justicia transicional, “entendida ésta como la rama de
La iniciativa era necesaria ante los vacíos que presentó
Sin duda, al aplicar tales excepciones el país está pasando un trago amargo: el de darles una especie de impunidad a los crímenes cometidos por los 19.000 desmovilizados que ahora podrán resolver su situación jurídica. Pero ese es el precio que debe pagarse para detener el paramilitarismo, una gran amenaza para la vida y los derechos humanos de millones de personas. Que haya nacido de una supuesta respuesta a la guerrilla y en medio de la debilidad de un estado casi impotente para imponer el orden nunca será argumento aceptable para justificar sus crímenes.
Pues bien, una vez sancionada por el Ejecutivo, la ley permitirá agilizar los procesos que se habían detenido hace unos meses. Pero no significará que sus beneficiarios se liberen de su obligación de contribuir a la reparación de sus víctimas. Como tampoco implicará favorecer a quienes cometieron delitos de lesa humanidad ni borrar sus antecedentes criminales en caso de que reincidan en hechos que atenten contra el ordenamiento jurídico.
Continuará así el duro y difícil proceso que ha escogido Colombia para cerrar las heridas abiertas por décadas de violencia. Para ello también tendrá que actuar en la restauración de los daños que tanto los criminales como la ausencia de autoridad les causaron a millones de personas. Es el principio de oportunidad para las víctimas, los desplazados y desposeídos que deambulan por el país y el mundo a la espera de justicia. Ellos también necesitan una respuesta, ajena a la confrontación partidista e inspirada en el propósito de construir la unidad nacional para que nunca se repita el horror del paramilitarismo, la guerrilla y el crimen organizado.
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