Junio 22 de 2009
El lector contemporáneo -así no se crea- está redescubriendo la historia con entusiasmo. La buena historia. Y una manera de reencontrarla es a través de la novela histórica.
Estamos presenciando el reverdecimiento de la novela histórica como género literario. Basta observar las vitrinas de cualquier librería importante para constatar cómo, de lejos, la más abundante producción bibliográfica se orienta en la actualidad hacia la novela histórica.
Claro, hay de todo. Al lado de las buenas novelas históricas están las de los improvisadores, las de los falsos historiadores, las de los buscadores a toda costa del título del “Más vendido” así tengan que llevarse de calle el rigor historiográfico.
Hasta el punto de que para proteger al lector de los peligros de esta jungla atiborrada, presencié hace algunos días en la librería “La casa del libro” de Madrid un coloquio dedicado precisamente a eso: a orientar al lector para que salga airoso (es decir, con una buena novela histórica bajo el brazo) del enredado laberinto que se ha formado con la desmesurada producción de novela histórica.
¿Qué es una buena novela histórica? No es, en primer lugar, un libro de historia convencional pero es un relato que respeta la historia. Se me vienen a la cabeza -entre multitud de ejemplos- dos casos paradigmáticos: “Las memorias de Adriano” de Margarita Yourcenar y el “General en su Laberinto” de Gabriel García Márquez. Son dos novelas impecables desde el punto de vista literario y al mismo tiempo escrupulosamente fieles a la realidad histórica donde ubican el relato: la vida del emperador Adriano y los últimos meses del libertador Simón Bolívar.
Un ejemplo más reciente es el de nuestro compatriota William Ospina. Fue muy satisfactorio ver cómo se le acaba de discernir en España uno de los premios literarios más importantes que se otorgan en la península: el Rómulo Gallegos. Precisamente por su producción de novelas históricas, la última de las cuales, “El país de la canela”, está alcanzando gran éxito editorial a ambos lados del Atlántico.
Un autor español que se ha convertido en un referente creíble de la buena novela histórica y en un sorprendente best-seller es el abogado barcelonés Ildefonso Falcones. Su primera novela “La catedral del mar”, que dibuja un retablo formidable de
Falcones, que acaba de publicar su segunda novela histórica “La mano de Fátima”, en la que describe la época que va desde la rebelión de los moriscos en las Alpujarras de Granada a finales del siglo XVI hasta su expulsión final y dolorosa de España en 1609, ofrece la siguiente receta para que una novela histórica resulte un éxito editorial: “hay que pedirle que tenga una lectura ágil, que no sea de lenguaje barroco, que esté bien escrita y que cuente cosas. No soporto las narraciones en las que lees 30 páginas y no ha ocurrido nada”.
El lector contemporáneo -así no se crea- está redescubriendo la historia con entusiasmo. La buena historia. Y una manera de reencontrarla es a través de la novela histórica.
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