Por Charles Krauthammer
Diario de América, Washington
Julio 31 de 2009
Ayer, Barack Obama era Dios. Hoy, ha caído en desgracia, la magia ha desaparecido, su reforma sanitaria ha muerto. Si usted se creyó la primera idiotez - y la mitad de los principales medios de comunicación lo hizo - se creerá la segunda. No se crea ninguna.
La opinión generalizada siempre hace proyecciones lineales. Siempre se equivocan. Sí, el aura de Obama ha decrecido, debido en parte al presuntuoso exceso de uso. Pero a finales del año él resurgirá con algo que poder llamar reforma de la atención sanitaria. Los Demócratas del Congreso la aprobarán porque no les queda otra. De lo contrario, habrán herido de muerte a su propio salvador en su primer año en la administración.
Pero ese proyecto de ley no se parecerá en nada a la gran reforma que Obama tenía en mente originalmente. El inicio de la retirada fue anunciado a través de la curiosa referencia de Obama - mencionada cinco veces - a "la reforma de la protección sanitaria" durante su rueda de prensa del 22 de julio.
La reforma del sistema médico está muerta. ¿Causa del óbito? Traumatismo por objeto contundente producido no por los Republicanos, ni siquiera por los Demócratas conservadores, sino por los expertos en contabilidad de
Tres fracturas:
(1) El 16 de junio,
(2) Cinco semanas más tarde,
(3) El golpe de gracia llegaba el pasado domingo cuando
Esto es obvio, porque las proyecciones del propio Obama para su primera década de funcionamiento se basaban en cálculos de contabilidad creativa. Los nuevos impuestos que financian el plan sanitario empezarán a recaudarse en el 2011, pero hasta 2015 las prestaciones que integran el programa no se habrán implementado por completo. El exceso de recaudación es, por supuesto, puntual. Hace aparentar artificialmente bajas las cifras del gasto de la primera década, pero una vez transcurrido 2015, el déficit anual pasa a ser mayor y crónico.
Tres lanzamientos de
No parece verosímil. Independientemente de las reformas estructurales que salgan del Congreso con cuentagotas antes del receso veraniego, no es probable que acabe el año. Al final, Obama tendrá que conformarse con algo muy modesto. Y, de hecho, será la reforma de la protección sanitaria.
Para recuperar el considerable electorado que está asegurado, se siente contento con ello, y se resiste enormemente a los fatales cantos de sirena del Obamacare, el presidente impondrá simplemente importantes regulaciones a las mutuas que establecerán lo que usted tiene ya seguro, independiente del puesto de trabajo e imperecedero: nada de cancelaciones de las pólizas, nada de requisitos de salud antes de la firma de la póliza y puede que hasta un límite a los gastos a pagar por el asegurado.
El nirvana. ¿Pero no arruinará esto a las compañías de seguros? Por supuesto que sí. Solo habrá una forma de hacer que esto funcione: imponer una obligatoriedad por ley. Obligar a los 18 millones de estadounidenses entre los 18 y los 34 años de edad que (de forma bastante racional a menudo) pasan de contratar un seguro de salud a contratarlo. Esto creará una enorme reserva nueva de clientes que rara vez enferman, pero que van a pagar las primas todos los meses. Y esas primas subvencionarán el nirvana sanitario de la gente de más edad.
¿Resultado neto? Otra enorme transferencia de riqueza de los jóvenes a los ancianos, la especialidad rutinaria a estas alturas de la generación post-Segunda Guerra Mundial; el final del sueño de imponer una sanidad de corte europeo en Estados Unidos; y un presidente que antes de Navidad enarbolará su bolígrafo, proclamará la victoria y contemplará cómo la opinión generalizada reafirma su carácter divino.
© 2009, The Washington Post Writers Group
No hay comentarios:
Publicar un comentario