Por Jorge Alberto Velásquez Betancurt
El Mundo, Medellín
Agosto 15 de 2009
Si un país se pronuncia a favor del diálogo, tal posición es bienvenida y saludada como una contribución a la paz. Pero si un país se muestra partidario de la mano militar, entonces se trata de una injerencia externa indeseable y reprochable. ¿Acaso no hay injerencia en los dos casos?
Si el presidente Barack Obama dice en la rueda de prensa posterior a su encuentro con el presidente Álvaro Uribe que: “dos períodos son suficientes”, muchos ven en ello una orden, otros una sugerencia, pero ambos grupos la celebran por igual al interpretarla como una expresión en contra de la reelección presidencial. A ninguno se le ocurre ver allí la injerencia de un gobernante extranjero en asuntos internos del país, que deben ser resueltos por los propios ciudadanos. En cambio, cuando se anuncia la negociación de un acuerdo de cooperación militar entre Colombia y Estados Unidos, que favorece la posición del país para luchar contra la guerrilla y el narcotráfico, los dos peores males que agobian a esta Nación desmemoriada, quienes antes aplaudían a Obama ponen el grito en el cielo porque allí se está configurando una violación a la soberanía nacional y una indebida intervención externa en los asuntos propios de Colombia. ¿Quién los entiende, entonces?
De igual manera, muchos colombianos con acceso a los medios de comunicación sienten lastimado su amor patrio, su sentido de soberanía y sus intereses personales, porque el gobierno negocia un acuerdo con los norteamericanos, pero a ellos no les parece grave que las Farc instalen campamentos en Ecuador o que disponga para sus ataques en el país de armas compradas por Venezuela.
Hay quienes celebran que otros países de América Latina, en actitud insolente, le pidan cuentas a Colombia por el manejo de sus relaciones externas, pero guardan silencio ante las acciones desmedidas o las omisiones de Chávez y Correa en favor de los grupos guerrilleros colombianos. No se cuestionan por qué la legítima defensa de Colombia, de su integridad, de su democracia y de su derecho a la libre determinación, se toma como un acto hostil por sus vecinos.
La confusión es enorme. Ahora resulta que en estos tiempos de globalización la soberanía nacional está condicionada por los intereses de los estados limítrofes, en razón de lo cual Colombia, para defenderse de las agresiones de los gobiernos vecinos, debe consultar la opinión de los agresores. Una rara doctrina en todo caso, que no aplicó, ni fue exigida por los colombianos que así piensan, a los gobernantes foráneos de sus simpatías, a cuya sombra se reorganizan los grupos al margen de la ley que asesinan, secuestran y martirizan colombianos y que mantienen la zozobra en las poblaciones de frontera, para provocar nuevos roces y nuevas amenazas.
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