lunes, 3 de agosto de 2009

Sobre la dudosa legitimidad de Unasur

Por Eduardo Mackenzie

3 de agosto de 2009


El próximo 10 de agosto el jefe de Estado colombiano no asistirá a la reunión de Unasur en Quito y eso está muy bien. El presidente Álvaro Uribe tomó la decisión correcta al anunciar que no iría a ese cónclave, aunque enviará a uno o dos funcionarios para que tomen atenta nota de lo que se discutirá allí. Eso era lo que Colombia debía hacer.

En medio de la nueva ofensiva de amenazas e insultos desatada contra Colombia por el gobierno venezolano ir a esa reunión habría sido una capitulación. Y ello no sólo porque las voces cantantes de Unasur, Hugo Chávez y Rafael Correa, aparecen cada vez más articulados a los planes de las Farc, entidad terrorista que recibe armas, explosivos y sostén territorial y diplomático de éstos, como ha sido probado hasta la saciedad en los últimos años, y no sólo porque miembros de Unasur querían que Álvaro Uribe negociara con ellos algo que es propio de la soberanía nacional colombiana, como sus acuerdos con Estados Unidos, sino porque Unasur es, en realidad, un organismo de dudosa legitimidad.

Los objetivos de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) siempre han sido opacos. A diferencia de la OEA, organismo que Unasur quisiera suplantar, Unasur, no es el resultado de una verdadera discusión jurídica-política entre las naciones. Si la construcción de la OEA necesitó varias décadas de intensos trabajos, nueve conferencias panamericanas, precedidas cada una de éstas de muchos meses de discusiones intensas en las cancillerías respectivas, y de conferencias finales en las que se discutieron y votaron numerosos acuerdos, resoluciones y tratados de gran altura política y jurídica, lo de Unasur es pálido reflejo de ello. La firma del tratado constitutivo de Unasur necesitó una corta reunión el 23 de mayo de 2008 en Brasilia y la firma del texto por doce jefes de Estado latinoamericanos.

La OEA reposa en cambio sobre un movimiento cuyo origen remonta a 1890, año de la primera conferencia de la Unión Panamericana. La carta de la OEA fue aprobada en 1948 en la IX Conferencia Panamericana de Bogotá. Esta reunión fue objeto de una brutal campaña de difamación de parte de la URSS, la cual se esforzaba en esos años por reducir la influencia de los Estados Unidos en América Latina y en Europa. Moscú quería arruinar el concepto de solidaridad continental, central en el movimiento panamericano, contra las amenazas extra continentales. El sangriento intento de golpe de Estado que Moscú organizó en la capital colombiana el 9 de abril de 1948 estuvo a punto de hacer fracasar la IX Conferencia. Los soviéticos organizaron el asesinato de un líder político colombiano para desatar la ira popular, obtener la clausura precipitada de la IX Conferencia Panamericana y lograr la caída del gobierno conservador. El plan consistía en instalar en el poder una fracción liberal que ellos manipularían a su antojo como habían hecho poco antes con los liberales de España y Checoslovaquia. Pero el putsch fracasó. Tras una semana de graves destrucciones y violencias en casi todo el país el gobierno pudo restablecer el orden público. Desde entonces, la OEA fue el blanco de todo tipo de ataques del campo comunista, los cuales se agravaron desde la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba. El proceso de destrucción actual de la OEA en manos del Foro de Sao Paulo corresponde a esa vieja querella.

Los antecedentes de Unasur son muy precarios. Todo comenzó en 2000 con un encuentro de mandatarios en Brasilia y con la creación en 2004 de la llamada Comunidad Sudamericana de Naciones, acogida por el encuentro presidencial de Cuzco (Perú). Pero sería inexacto decir que esos eventos fueron el resultado de verdaderas discusiones entre jurisconsultos y la clase política de cada país, como en el movimiento panamericano. Unasur fue creado a espaldas de las opiniones públicas y de la prensa internacional. Como desde el inicio se dejaba por fuera a la mitad del continente latinoamericano y tenía la obsesión de excluir, a como diera lugar, a los Estados Unidos, ese movimiento fue manejado discretamente, como un organismo que ocultaba sus reales propósitos.

Unasur fue erigido como instrumento de combate político, como un ariete del llamado “socialismo del siglo XXI”, contra las democracias del continente. Su creación fue por ello muy poco discutida por los países y los representantes de los pueblos que firmaron el tratado constitutivo.

El chavismo asegura que la Unión Europea fue el modelo inspirador de Unasur; que ésta buscaba crear la “identidad sudamericana”, como si ésta no existiera. La construcción de Unasur poco o nada tiene en realidad que ver con el espíritu liberal, inclusivo y democrático que hizo posible la creación de la Unión Europea. En la creación de la UE no intervino la visión sectaria que inspira a Unasur. Es como si la Unión Europea hubiera sido fundada excluyendo a la Europa del Sur, es decir a Portugal, España, Italia, Grecia y únicamente con los países de Europa del Norte.

Por otra parte, Unasur fue creada como un arma contra el ALCA, el gran proyecto de zona de libre cambio, de Alaska hasta la Patagonia, que el gobierno de George Bush propuso en 1990 al continente.

Contra esa zona de libre cambio, el castrismo y sus variantes recientes, como el pretendido “bolivarismo”, se opusieron con furor. No es sino recordar que la guerrilla zapatista del llamado “subcomandante Marcos”, justificó su violenta aparición en México como una respuesta a la propuesta del ALCA. Si Unasur tiene una “filosofía”, ésta es la del rechazo y del odio al sistema liberal-capitalista. Unasur nació bajo el signo del gran temor que inspira a algunos el desarrollo de la colaboración económica, jurídica y política entre los países del continente americano.

Unasur es el resultado, pues, de un sectarismo y de un cálculo político solapado e intolerante, justificable únicamente desde la perspectiva utópica neo-marxista, contraria al ideal democrático. Para oponerse al ALCA, los actores “antiimperialistas” tuvieron que inventar una serie de imposturas: que la agricultura mexicana había sido “devastada” por el acuerdo de libre cambio con Estados Unidos, que el país de Juárez iba directo hacia la crisis total y hacia una “recesión profunda”. Ninguna de esas falsas profecías se cumplió. Todo lo contrario: gracias a su ingreso en 1994 al Acuerdo de libre cambio para América del Norte (Alena), México se convirtió en el segundo socio comercial de los Estados Unidos después del Canadá. Sin embargo, eso no hizo cambiar la visión de los jefes de Unasur. Ese organismo se opone a los tratados comerciales con Estados Unidos (la guerrilla contra el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Colombia es un ejemplo), privilegia los acuerdos sur—sur, y los negocios entre los países miembros de Unasur.

Unasur siempre cojeó y no sólo desde el punto de vista económico. Desde el punto de vista político, fue incapaz de dotarse de un liderazgo consensual y principista. La candidatura de Néstor Kirchner para presidir el organismo fue rechazada por el gobierno de Uruguay, y hasta las rivalidades de fronteras entre Bolivia y Chile se hicieron sentir en esas negociaciones.

En sus diez años de existencia, Unasur no ha contribuido a solucionar ninguno de los problemas de Suramérica. Todo lo contrario. Los jefes de gobierno que ejercen una influencia desmedida en Unasur, como Chávez, Correa y Morales, han hecho de la opresión política, de la miseria y el descontento popular sus signos distintivos. La miserable vendetta que Venezuela y Ecuador alimentan contra Colombia porque este país nunca tomó en serio la basura ideológica chavista, jamás encontró en Unasur el menor principio de pista de solución diplomática. Todo lo contrario, los jefes del organismo azuzan el fuego anti colombiano cada día.

Esto es apenas obvio. Si se lee el tratado de constitución de Unasur se verá que la prioridad de ese organismo supranacional no es aliviar las tensiones y consolidar la democracia del continente. Dicho texto habla más bien del “diálogo político” como prioridad. Sólo en el marco de ese “diálogo político”, forjado bajo criterios confusos, la noción de “fortalecer la democracia” tiene alguna cabida, pero como una noción subordinada y secundaria.

En el artículo 3 del tratado constitutivo, que fija los “objetivos específicos” de Unasur, no aparece ni una sola vez la palabra democracia. Sin embargo, ese artículo incluye 21 párrafos donde se habla de todo, pero no de democracia. Esta palabra es citada una sola vez en el artículo precedente donde se invoca lacónicamente el principio de “fortalecer la democracia”. Y eso es todo. En cambio, la noción que se repite varias veces a lo largo y ancho de ese tratado es la misteriosa “reducción (o superación) de las asimetrías” (ver: http://www.integracionsur.com/sudamerica/TratadoUnasurBrasil08.pdf). El jefe de hecho de Unasur, Hugo Chávez, se esfuerza por destruir los intercambios económicos entre Colombia y Venezuela. Eso es quizás lo que él llama reducir las “asimetrías”.

En los debates que precedieron la firma del tratado de Unasur, la ambigüedad frente al concepto de democracia también estuvo presente. En la declaración de la primera cumbre sudamericana de presidentes, en 2000, en Brasilia, fue utilizada una fórmula importante y prometedora que habla de configurar “una área singular de democracia, paz y cooperación solidaria”. Sin embargo, esa fórmula desaparecerá curiosa y completamente de las declaraciones subsiguientes (ver las declaraciones emitidas en las reuniones de 2002 en Guayaquil, de 2004 en Cuzco, de 2006 en Brasilia y de 2006 en Cochabamba).

En lugar de sentar el criterio de que cada Estado deberá respetar la democracia representativa, el tratado constitutivo dice, por el contrario, que “cada Estado adquiere los compromisos según su realidad”. Es decir, la democracia representativa en Unasur es una noción de segunda clase, espuria, revisable, dudosa. Por ende, su aplicación y defensa depende de terceros factores, como éste de la curiosa “realidad” de cada Estado.

Los ejemplos de cómo Unasur ve la democracia y la adapta a la “realidad de cada Estado” son conocidos. Rafael Correa expulsa a patadas a los miembros del Congreso ecuatoriano que se oponen a sus planes. Evo Morales entra en conflicto con la mitad de Bolivia y arresta a los prefectos disidentes (como en el caso de Leopoldo Fernández) y propicia masacres como la de Pando para luego acusar de ello a sus adversarios. En Venezuela, Hugo Chávez desconoce los resultados de las elecciones que no le son favorables, encarcela sindicalistas, instaura la censura de prensa, tortura, dispara contra manifestantes desarmados, expropia empresas extranjeras, destruye la economía, llena las cárceles de opositores y apoya a las Farc, un movimiento terrorista extranjero.

El fracaso de los padrinos de Unasur es doble. No solo fracasaron con Unasur sino que hicieron fracasar también a la OEA, puesta por ellos en manos del marxista chileno Insulza, a quien le prometieron también la presidencia de Chile. Más preocupado por no perder tales apoyos, Insulza se concertó con Caracas ante cada crisis. Los resultados de eso todo el mundo los ha visto.

Ese organismo de reputación y legitimidad dudosa era el que se quería constituir en tribunal ante el cual el presidente Uribe debía ir a pedir perdón y permiso para firmar un acuerdo militar con Estados Unidos. Ese organismo pretende impedir la segunda reelección del presidente Uribe y hasta quiere vetar la candidatura del ex ministro Juan Manuel Santos. Unasur es un organismo que nació muerto y que es incapaz de aportarle soluciones a Suramérica. La vía sigue siendo la de la unión panamericana, con todos los países del continente. A la OEA habrá que reconstruirla y ponerla en manos de gente razonable.

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