lunes, 21 de septiembre de 2009

El deber de la memoria

Por Eduardo PizarroLeongómez

El Tiempo, Bogotá

Septiembre 21 de 2009

El domingo 13 de septiembre se llevó a cabo en la población de El Salado (departamento de Bolívar) la presentación del informe del Área de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación titulado 'Esta guerra no era nuestra' (Bogotá, Taurus/Semana, 2009).

En el año 2000, 450 paramilitares rodearon a la población acusada de apoyar a las Farc y asesinaron con sevicia a 60 personas. Fue un típico acto de terror y de barbarie.

El terrorismo se puede definir como un acto dirigido contra la población civil con objeto de generar un clima de miedo colectivo y, de esta manera, obtener un resultado específico. Matar a pocos para afectar a muchos, es la consigna central del terrorismo. Por ejemplo, los carrobombas de los extraditables en los años 80 y 90 del siglo pasado buscaban, mediante el terror, influir sobre la opinión pública para que esta presionara a las autoridades a terminar con la extradición. Lo lograron: la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 aprobó la no extradición.

En El Salado el objetivo de la masacre tenía la misma lógica perversa: mediante una matanza arbitraria (la mayoría de las víctimas eran seleccionadas al azar, para mostrar que todos sin excepción eran culpables) se logró el objetivo buscado: que, salvo pocas familias, los 7.000 habitantes del corregimiento de El Salado salieran desplazados para Cartagena, Sincelejo, Barranquilla o Carmen de Bolívar. De esta manera, los 'paras' lograron despejar el territorio, ocupar los bienes abandonados y crear corredores estratégicos para el tráfico de drogas y armas. El Salado es un caso típico de utilización del terror como un arma de guerra.

En el mundo de hoy, tras la creación de la Corte Penal Internacional de La Haya, estamos entrando a una fase histórica de "cero tolerancia" hacia la violencia como recurso de acción política, ya sea para sostener un orden social (paramilitares), ya sea para transformarlo (guerrilla).

Mi generación creció con el mito de la revolución cubana, la guerra de Vietnam, el "cura guerrillero" Camilo Torres y el Che Guevara. Es decir, en un clima de legitimidad en múltiples sectores sociales de la lucha armada para afrontar dictaduras militares o transformar sociedades con inmensas desigualdades económicas.

Sin embargo, durante el período de vida de mi generación ese mito se ha derrumbado y ha surgido un protagonista distinto: las víctimas, portadoras de derechos a la verdad, a la justicia y a la reparación. El "guerrillero heroico" perdió su aura mítica y hoy miramos con horror y desprecio a sus herederos: las Farc y el Eln. Es decir, en el mundo actual estamos contemplando la muerte del mito del "combatiente-rebelde", que en el pasado era la figura central en los procesos de paz, para darle paso a la figura de las víctimas. De todas las víctimas: de agentes del Estado, de grupos de extrema derecha o de organizaciones de extrema izquierda.

Para entender esta honda transformación cultural, jurídica y política tanto en el ámbito internacional como en el contexto colombiano, es indispensable leer la brillante obra del profesor de la Universidad de los Andes Iván Orozco titulada Justicia transicional en tiempos del deber de la memoria (Bogotá, Temis/Universidad de los Andes, 2009).

Se trata de una obra fundamental para comprender los desafíos que enfrentamos hoy en día los colombianos para lograr la paz. Esta ya no puede pasar por leyes de amnistía o decretos de indulto como en el pasado (es decir, en donde el "rebelde-combatiente" ocupaba el centro de la escena), sino, mediante mecanismos de justicia transicional en donde los derechos de las víctimas constituyen el corazón del proceso histórico. Una revolución copernicana.

El mundo cambió 360 grados. Ojalá las Farc y el Eln comprendan algún día que son más obsoletos que el tranvía tirado de mulas que había en la Bogotá de principios del siglo XX.

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