Por Víctor Diusabá Rojas
El Colombiano, Medellín
Septiembre 3 de 2009
Por eso es que aportes como el del catedrático Andrés Mejía Vergnaud en un libro que acaba de aparecer y que lleva en parte como título ese que le hemos rapado para bautizar esta columna (' El destino trágico de Venezuela, con Chávez o sin Chávez' , Tierra Firme editores) resultan fundamentales para entender lo que pasa allá, que, claro, termina pasando acá por simple ley física.
¿Cuáles son los factores que signan ese destino trágico de un pueblo que debería ser el mismo, a partir del genuino sueño bolivariano? Están ahí, a la vista: el caudillismo, por un lado. Y por el otro, el petróleo, ese regalo de la naturaleza que les ha servido a esos caudillos para eternizarse en el poder y escribir una extensa historia negra.
Venezuela no sólo ha sido rica sino que siempre ha querido verse como tal, aún en los peores tiempos. Eso, como pasa con los seres humanos, trae consecuencias lamentables. Como bien lo dice Mejía, es sobre ese terreno deleznable del poder económico que se ha levantado la cultura política y económica de una sociedad que conoce la más desmesurada de cuantas definiciones pueda tener la abundancia. Sociedad, además, que de manera consciente echó de la casa a cualquier otra forma de crecimiento que no se llamara oro negro.
Y como el tema no es nuevo sino que se remonta a, mínimo, un siglo atrás, ese cáncer tiene raíces tan profundas que no será fácil extirparlo. Por eso, una vez más queda claro que antes que ser Hugo Chávez una causa de los actuales problemas es más una consecuencia de un siglo colmado de exageraciones en ese país, a la que el Coronel agrega ahora un nuevo y triste eslabón.
El común denominador en ese larguísimo paréntesis que comienza en la bonanza petrolera del dictador Juan Vicente Gómez y se mantiene abierto con Chávez, es ese tipo de Estado que, como bien dice el autor, "se forma cuando las rentas llueven del cielo". Y de allí surge el poder político que, en el caso de Venezuela, "descubre en la renta petrolera un medio abundante y expedito para satisfacer todo tipo de anhelos y demandas, con lo cual fortalece su poder electoral". Pero no menos el ciudadano que "encuentra inaceptable que un Estado multimillonario no le preste una ayuda directa y cuantiosa?".
En tal dinámica no sólo entraron tanto la cabeza como la cola, sino otro usurpador del poder, Pérez Jiménez. Igual, Carlos Andrés Pérez, aquel que aquí nos vendieron como el socialdemócrata ideal en los tiempos del Mandato Claro. Y sumen a Luis Herrera Campins y a Jaime Lusinchi, quienes mantuvieron esa tendencia de manga rota para sumir, entre todos, a su país en el no futuro.
De allí sólo podrán salir los venezolanos cuando comiencen por admitir que el problema existe, como lo recomienda Mejía en un extraordinario ensayo digno de entrar en las bibliotecas y en el debate de estos días, en el que corazón manda sobre razón.
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