El Mundo, Medellín
Septiembre 21 de 2009
Aunque lo incluye en un contexto que merece mayor discusión por su parcialidad inicial, merece interés su actual escepticismo frente al presidente Chávez, al que despoja de su halo de guía político con ascendiente en otros países para buscar llevarlo al lugar de neo-populista que los observadores más agudos le identificaron desde el comienzo de su gobierno. Es esperanzador encontrar que se declare “crecientemente preocupado a consecuencia de la inclinación de Chávez a consolidar todo el poder político de manera incremental en su propia oficina, en desmedro de la influencia de un poder judicial independiente, que es necesario, y a veces también de órganos autónomos de la administración, aparte del poder legislativo, que controla casi prácticamente ahora”. Como resulta interesante que se declare “decepcionado” por su viraje al autoritarismo.
No parece propia de un ex presidente la opinión del señor Carter en el sentido de que el gobierno del presidente Bush podría haber tenido conocimiento o participación en el intento de derrocar a Hugo Chávez en el año 2002. Sin embargo, es por lo menos tranquilizador el reconocimiento que hoy hace de que las malas relaciones de Estados Unidos y Venezuela no obedecen a la mala voluntad norteamericana sino al propio coronel-presidente, que no ahorra vituperios cuando se trata de referirse a Estados Unidos. El reconocimiento lo hace al señalar que al “presidente Obama, le gustaría mucho tener relaciones normales, amistosas, así como sociales, comerciales y diplomáticas con Venezuela. Pero él (Chávez) lo hace casi imposible”.
Aunque es recurrente en sus señalamientos al narcotráfico como causa de muchos de los problemas actuales de América Latina y en su apoyo a la política de combatirlo, el ex presidente Carter resulta bastante tibio en sus análisis y declaraciones de apoyo a las acciones de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos en esta materia. Por tratarse de un asunto clave de la política exterior de su país, a la que él hoy ofrece apoyo, todo observador esperaría que el ex presidente ofreciera una opinión clara de respaldo al acuerdo militar colombo-estadounidense. Pero su tibieza no sólo se manifiesta en el declarado desinterés por el tema, “he tratado de evitarlo, pero no he podido” y en su crítica porque Colombia no ofreció explicaciones previas al acuerdo -¡qué tal que lo hubiera hecho!- sino en su actitud de dejarle a nuestro gobierno la responsabilidad de defender una determinación binacional. Este, como ya hemos dicho antes, es un compromiso bilateral que obliga por igual a ambas partes. Así las cosas es extraño ver a un ex presidente estadounidense afirmando que no sabe si es bueno o malo porque “nunca se me han explicado bien el propósito ni sus detalles”.
También sorprende que tras el aparente respaldo a las tesis colombianas sobre Venezuela y Ecuador: “No creo que ellos ni los demás países le hayan ayudado mucho a Colombia en la lucha contra las drogas. Básicamente lo que han tratado de hacer es tratar de evitar que el problema pase la frontera hacia sus países”. Pero curiosamente a ese reconocimiento y al del aumento del narcotráfico en la frontera con Ecuador, paralelo a la disminución del comercio legal que llegó con la ruptura de relaciones, no le sigue una defensa firme del Gobierno colombiano o de la política estadounidense, sino una proclama de neutralidad en la que, en percepción que no le hace bien a la lucha contra el fenómeno, desconoce los factores políticos y de alianza con el terrorismo que lo agravan y ponen a Colombia en difícil situación.
A pesar de su neutralidad y de que es evidente que no tiene interés en debatir con los presidentes Chávez y Correa, el señor Carter reconoce la obra del presidente Uribe en la lucha anti-narcóticos y al menos algún crédito en la lucha por la defensa de los derechos humanos. Como colombianos, vemos con interés que un demócrata recalcitrante deje constancia de su confianza en nuestro gobierno. Y esa confianza ha llegado al punto de considerar como normal y legítima la posible segunda reelección del presidente Uribe, un tema en el que va, pues, más lejos que muchos colombianos que, sin ser anti-uribistas, somos anti-reeleccionistas. ¡Manes de los contrastes y las contradicciones del escenario político de la actualidad!
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