jueves, 3 de septiembre de 2009

El pecho de Uribe

Por Juan Daniel Jaramillo Ortiz

El Nuevo Siglo, Bogotá

Septiembre 3 de 2009

La calidad y el tiempo conceptual de la reunión de Unasur en Bariloche es una extrapolación de un mundo que pasó hace casi 30 años. Impregnados de hipocresía sistemática, algunos gobernantes de la región pretenden vivir y hacernos habitar un mundo dominado por una política hegemónica de EE.UU. No importa que para hacerlo deban apoyarse en documentos que no reflejan las directrices de la actual política externa de Washington ni las posiciones que en el tema ha dejado en claro el presidente Obama, hace años, en libros, discursos (electorales y gubernamentales).

La impresión del presidente Uribe, perfectamente sintonizado en sus palabras con los contornos y desafíos de hoy, tiene que haber sido de indignación silenciosa. La cohorte de personajillos de quinta categoría intelectual y pésima estirpe política que rige varios de los países de la región quiso hacerse repetir lo que sabe de sobra el mundo contemporáneo: la existencia de un grupo terrorista, financiado por el narcotráfico, que amenaza la evolución de democracias genuinas de América Latina.

Y la verdad verdadera que tenía en su pecho Uribe y sabe la opinión internacional no podía romper, saliendo a flote, la armonía ficticia que reinó en Bariloche: que este grupo terrorista ha podido eludir su colapso y reverdecer en los márgenes gracias a la complicidad, ayer disimulada y hoy descarada, de los gobiernos de Venezuela y Ecuador.

Tampoco era permisible reclamar en voz alta, con el tono de urgencia que se le imprime en foros civilizados, la obligación imperativa que tiene la comunidad internacional de perseguir y exterminar ciertas formas de criminalidad global, entre ellas el terrorismo y el narcotráfico. Menos dable todavía era repetir a la audiencia, con aplauso cerrado, que esta lucha implica en estricto sentido, a estas alturas de la historia, la prohibición tanto de complicidades silenciosas como de pasividades institucionales en dos temas trascendentales para la humanidad.

Riesgo de hecatombe regional habría sido sugerir que a los países afectados les asiste un derecho a la legítima defensa, con anclaje en el derecho internacional, que no vulnera en absoluto la noción de soberanía sino que la adapta a los peligros de una criminalidad global con perfiles inteligentes, multiformes y mutables.

Estas -las verdades que sirven de coordenadas al mundo actual- son las que con certeza se movieron en círculos concéntricos, sin poder salir a la superficie que merecen, en el pecho de Uribe en Bariloche. Las verdades que se ahogaron en la retórica barata de unos gobernantes cuyas posiciones ambiguas y mentirosas les están dando un respiro a las Farc y vienen neutralizando los éxitos de la política de seguridad democrática.

Por fortuna son estos mismos gobernantes los que vienen convenciendo a la opinión colombiana de la urgencia de reelegir la política de seguridad democrática en cabeza del propio Uribe y, de no ser él, de Juan Manuel Santos, el único que demostró tener ya la visión y responsabilidad nacionalistas -nacionalistas, repitamos la condición- para entender lo fundamental: que la supervivencia del Estado en Colombia va más allá de retóricas fútiles o ambigüedades calculadoras.

La verdad sigue siendo la misma antes y después de la reunión de Bariloche. La que se revolcó allí en el pecho de Uribe y conoce en sus entrañas la opinión colombiana.



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