miércoles, 16 de septiembre de 2009

Escándalo farisaico

Editorial

El Mundo, Medellín

Septiembre 16 de 2009

La gente ya no vota por los partidos sino por las personas, que es en parte una de las fallas que tiene el sistema.

Se habla del “efecto tránsfuga”, se condena a los “voltiarepas” o “buñuelos” por traidores, vendidos, desleales, desvergonzados y otros muchos epítetos descalificadores, cuando todo lo que han hecho es acogerse a la prerrogativa que la Reforma Política, aprobada por el Congreso el 19 de junio pasado, les dio a los servidores públicos elegidos popularmente para cambiar de partido sin incurrir en sanciones, siempre que lo hicieran dentro del plazo de dos meses contados a partir del 14 de julio, día en que entró en vigencia el Acto Legislativo. Aun cuando el tránsito de un partido a otro ha tenido ribetes espectaculares, nos parece que el alboroto de ciertos comentaristas de prensa tiene mucho de farisaico y cabe dentro de las recurrentes campañas contra el Congreso de la República, que “hacen leña del árbol caído” sin aportar mayor sustancia en sus críticas.


Los enemigos a ultranza de la norma alegaban que todo lo que buscaban sus inspiradores era propiciar el tránsito de un gran número de parlamentarios a las toldas del partido de ‘la U’, el partido del presidente Álvaro Uribe, para consolidar una gran mayoría, tanto en el Senado como en la Cámara. Y no vemos dónde está la maldad, pues lo que se ha visto, ahora que está decantado el resultado de ese “breve período de gracia”, es que el revolcón sirvió para recoger las huestes “uribistas”, desperdigadas en una decena de partiditos, como Colombia Democrática, Apertura Liberal, Convergencia Ciudadana, Alas Equipo Colombia, Integración Regional, Movimiento de Participación Popular, entre otros, víctimas de la desbandada. Según el libro Parapolítica, la ruta de la expansión paramilitar, de la Fundación Nuevo Arco Iris, nada sospechoso de gobiernismo, la extinción de estos mini-partidos no es tan mala, porque fue con estas agrupaciones frágiles, algunas nacidas en el garaje de algún pueblo, que los ‘paras’ se unieron para poner sus candidatos en el Congreso. Que ahora estén al borde de la desaparición, es bueno para la democracia porque se pone coto a la proliferación de “directorios de garaje” al servicio de intereses caudillistas y personalistas y, dentro del espíritu de la Reforma Política de 2003, se propicia el fortalecimiento de verdaderos partidos con capacidad de ser alternativas de poder.


Como analistas, no nos parece malo que en torno al Presidente Uribe se conforme un partido de esas características, que ahora suma a su bancada trece representantes y siete senadores, bajo una dirección unificada. Los partidos tradicionales también salieron fortalecidos en esta coyuntura, en mayor medida el conservatismo, que recuperó cinco senadores y seis representantes, lo que hace más claras sus perspectivas como alternativa de poder, independientemente de sus compromisos actuales con la coalición de Gobierno. El liberalismo, que por arte de birlibirloque se quedó con la Presidencia de la Cámara de Representantes, gracias al abandono de las toldas de Convergencia Ciudadana por parte del señor Edgar Gómez, también gana en esta ocasión porque se fortalece como oposición en el Congreso.


La razón de que nos parezca farisaico y sin fundamento el escándalo del “transfuguismo” es que cambiar de partido no es una prerrogativa que se hayan concedido a sí mismos los congresistas, sino un derecho derivado del derecho fundamental a la libertad de opinión. En el fondo, la pertenencia a un partido no es sino una faceta en el ejercicio de ese derecho, que implica que uno la puede cambiar en cualquier momento. Lo que hizo la reforma fue permitir que ese cambio de partido no tuviera las consecuencias que tenía de acuerdo con la normatividad vigente para las bancadas políticas en el Congreso, pero a partir del lunes volvió a tener vigencia la prohibición de la doble militancia y la exigencia, para los funcionarios de elección popular, de informar con un año de anticipación a las elecciones la decisión de abandonar el partido que los eligió. Pero si no va a buscar la reelección se puede mudar de partido en cualquier momento porque, como dijimos, ese es un derecho fundamental de todo ciudadano.


Se dirá que no es lo mismo un cambio de partido de un ciudadano del común que el de un congresista que debe lealtad a su partido y al ciudadano que le dio su voto. Evidentemente, todo derecho corresponde a una obligación de alguien y eventualmente todo incumplimiento de esa obligación genera en el beneficiario del derecho correspondiente un nuevo derecho: cuando el ciudadano vota por una persona y esa persona no le cumplió sus expectativas, su derecho consiste en retirarle su confianza y su voto para una próxima oportunidad. Dentro del sistema electoral actual, la escogencia por el elector en las listas, señalando los nombres, relega al partido a un segundo lugar. La gente ya no vota por los partidos sino por las personas, que es en parte una de las fallas que tiene el sistema. Pero eso hace más clara la relación entre el elector y la persona elegida y usualmente el primero que está de acuerdo en que el elegido cambie de partido es el elector que votó consciente de quién era el candidato, y seguirá votando por él a donde quiera que emigre políticamente.

Muchos motivos hay hoy para tachar parlamentarios, pero esta vez el escándalo es, decididamente, farisaico.

No hay comentarios: