Editorial
El Mundo, Medellín
Septiembre 16 de 2009
Los enemigos a ultranza de la norma alegaban que todo lo que buscaban sus inspiradores era propiciar el tránsito de un gran número de parlamentarios a las toldas del partido de ‘
Como analistas, no nos parece malo que en torno al Presidente Uribe se conforme un partido de esas características, que ahora suma a su bancada trece representantes y siete senadores, bajo una dirección unificada. Los partidos tradicionales también salieron fortalecidos en esta coyuntura, en mayor medida el conservatismo, que recuperó cinco senadores y seis representantes, lo que hace más claras sus perspectivas como alternativa de poder, independientemente de sus compromisos actuales con la coalición de Gobierno. El liberalismo, que por arte de birlibirloque se quedó con
La razón de que nos parezca farisaico y sin fundamento el escándalo del “transfuguismo” es que cambiar de partido no es una prerrogativa que se hayan concedido a sí mismos los congresistas, sino un derecho derivado del derecho fundamental a la libertad de opinión. En el fondo, la pertenencia a un partido no es sino una faceta en el ejercicio de ese derecho, que implica que uno la puede cambiar en cualquier momento. Lo que hizo la reforma fue permitir que ese cambio de partido no tuviera las consecuencias que tenía de acuerdo con la normatividad vigente para las bancadas políticas en el Congreso, pero a partir del lunes volvió a tener vigencia la prohibición de la doble militancia y la exigencia, para los funcionarios de elección popular, de informar con un año de anticipación a las elecciones la decisión de abandonar el partido que los eligió. Pero si no va a buscar la reelección se puede mudar de partido en cualquier momento porque, como dijimos, ese es un derecho fundamental de todo ciudadano.
Se dirá que no es lo mismo un cambio de partido de un ciudadano del común que el de un congresista que debe lealtad a su partido y al ciudadano que le dio su voto. Evidentemente, todo derecho corresponde a una obligación de alguien y eventualmente todo incumplimiento de esa obligación genera en el beneficiario del derecho correspondiente un nuevo derecho: cuando el ciudadano vota por una persona y esa persona no le cumplió sus expectativas, su derecho consiste en retirarle su confianza y su voto para una próxima oportunidad. Dentro del sistema electoral actual, la escogencia por el elector en las listas, señalando los nombres, relega al partido a un segundo lugar. La gente ya no vota por los partidos sino por las personas, que es en parte una de las fallas que tiene el sistema. Pero eso hace más clara la relación entre el elector y la persona elegida y usualmente el primero que está de acuerdo en que el elegido cambie de partido es el elector que votó consciente de quién era el candidato, y seguirá votando por él a donde quiera que emigre políticamente.
Muchos motivos hay hoy para tachar parlamentarios, pero esta vez el escándalo es, decididamente, farisaico.
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