miércoles, 2 de septiembre de 2009

Explotando la tragedia

Editorial

El País, Cali

Septiembre 02 de 2009

A los familiares de siete miembros de la Policía Nacional y dos del Ejército les tocó el turno de protagonizar el drama como receptores de las pruebas de supervivencia, enviadas por las Farc y debidamente promocionadas con intenciones politiqueras. Frente a esa utilización de la tragedia, los colombianos continúan exigiendo la liberación inmediata de esas víctimas del terror.

Los videos difundidos el pasado lunes muestran el desconsuelo de los secuestrados, avejentados por el paso del tiempo en su infame cautiverio y debilitados por los vejámenes que han soportado. Algunos cumplieron ya doce años de haber caído en las garras de sus victimarios, pese a lo cual conservan fuerzas para darles consejos a los hijos que no conocen, y alientos a las madres y los padres que se debaten en la tragedia de tener los suyos sin libertad, de los cuales reciben noticias sólo cuando se les antoja a sus carceleros.

Es la historia repetida ya decenas de veces. Un momento de alegría por años de sufrimiento; una fugaz presentación de un video realizado hace cuatro meses, que no sirve para comprobar si los protagonistas aún viven; una parafernalia miserable, rodeada de expectativas que pretenden elevar a la categoría de heroicas las gestiones para lograr esas pruebas. Y el periodismo que debe registrar e informar las reacciones de esas madres, de esos hijos, víctimas inocentes de una manipulación miserable.

Esa es la película frecuente con la que la organización guerrillera pretende atemorizar a los colombianos y llevarlos a protestar contra el Estado porque no cede ante esa presión. Para ella no existieron las caudalosas marchas de febrero del 2008, donde millones de personas le dijeron “No a las Farc y No al secuestro”. Como no le parece importante el rechazo unánime a los diálogos que nunca llegan a parte alguna y sólo sirven para darle un respiro que le permita fortalecerse y volver al terrorismo que utilizó mientras durante tres años disfrutó una zona de despeje de 40.000 kilómetros cuadrados en El Caguán.

Esta vez, la diferencia la aportó la forma en que la senadora Piedad Córdoba actuó. El anuncio de las pruebas de supervivencia de los nueve secuestrados lo hizo en una convención de sus partidarios, y su entrega ocurrió en una iglesia, en forma pública y acompañada de proclamas que pedían una marcha y exigían un referendo que obligue al Gobierno a realizar diálogos de paz con las Farc. No es difícil entonces relacionar la entrega de las pruebas con la campaña de la Senadora, cuya presencia es exigida por la guerrilla.

Tal actuación dista mucho de ser una participación humanitaria, para convertirse en un simple acto proselitista. Porque con ello no se contribuye a aliviar la tragedia de las víctimas y sus familiares, ni se logra liberar a nadie. Por el contrario, esas actitudes sólo sirven para ratificar la intención de hacer propaganda política y electoral con el dolor de los seres humanos agobiados por el secuestro. Sin duda, el Gobierno debe buscar formas para terminar la tragedia de los secuestrados. Pero no puede caer de nuevo en la trampa que le tienden los criminales.

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