miércoles, 9 de septiembre de 2009

Influenza e inequidad

Editorial

El Mundo, Medellín

Septiembre 9 de 2009

Tienen las patentes de producción, cantidades limitadas de medicamentos que entregar a los países que los demandan y pingües ganancias.

En lo que constituye una forma extrema de simultaneidad de la información y los acontecimientos y de aprovechamiento de las tecnologías de transmisión de datos, el mundo lleva más de una semana de frenético seguimiento a la influenza causada por el virus AH1N1, en sus comienzos conocida como gripe porcina. Al tiempo que roba posibilidades de reflexión, el show del sistema informativo mundial favorece la exageración, contribuye a generar pánico allí donde debería haber educación e impulsa la obtención de grandes beneficios económicos en un campo en el que toda forma de especulación es morbosa.

Lo primero que parece haber olvidado la maquinaria mundial de la comunicación es el carácter cíclico de la influenza y sus variaciones con virus mutantes que se pueden prevenir mediante vacunas de eficacia comprobada, que todavía están en investigación para la actual variedad de virus. Y a veces parece que los medios que lideran el escándalo olvidaran que además de la inmunización también son eficaces las estrategias de autoprotección para evitar el contacto con los virus que se transmiten por vía aérea. Contrario, pues, a lo que dirían los promotores del escándalo, la amenaza de la influenza AH1N1 no es la de una peste global de dimensiones catastróficas, como fueron las pestes europeas en el Medioevo, sino el riesgo de un contagio amplio, previsible, evitable y curable con recursos existentes y que deberían estar al alcance de todos los pacientes y países.

Para enfrentar la aparición de la enfermedad, el sistema de salud cuenta con los medicamentos tradicionales, útiles en casos de menor gravedad, y con los fármacos especializados: el Tamiflú, de la multinacional suiza Roche, o el Relenza, de la trasnacional británica Glaxo Smith Klein. Ambas compañías farmacéuticas tienen las patentes de producción, cantidades limitadas de medicamentos que entregar a los países que los demandan y pingües ganancias por ventas directas y aumento de sus acciones en bolsa, en un año que no parecía muy productivo.

Para la producción de Tamiflú –un genérico retroviral que está en el mercado hacer varios años y que se usa contra cualquier gripe- Roche adquirió la fórmula a la estadounidense Gilead Sciences Inc. Así como ocurrió en 2005, cuando apareció la influenza aviar, la medicina se hizo tan escasa que la directora de la Organización Mundial de la Salud, doctora Margaret Chan, fue presionada a pedir al fabricante que liberara tres millones de dosis que almacenaba en sus laboratorios europeos y estadounidenses, además de que acelerara su producción. La medicina sigue siendo cara para los países pobres, a pesar de que la compañía dice ser generosa porque cobra el tratamiento a doce euros (casi cuarenta mil pesos) y no a los quince que cuesta en los países desarrollados. El 22 de abril, en la bolsa de Zurich, las acciones de Roche habían caído en 8,47%, pero el 27 de ese mes, en medio del escándalo por la gripe porcina, ascendieron en 4,6% en sólo tres horas de bolsa.

La otra casa productora de retrovirales es Glaxo, con Relenza, medicamento que desarrolló la australiana Biota Holdings y que es menos popular porque sólo puede ser utilizado por personas mayores de cinco años. En la crisis actual, éste enfrenta también el aumento de demanda por los organismos internacionales de salud y en los mercados. Impulsadas por la propaganda y el escándalo que rodean al virus actual, las acciones de Glaxo y Biota vieron crecer sus cotizaciones en bolsa en 5,7% y 81,6%, respectivamente.

Los hechos desatados a raíz de la que los organismos mundiales de salud han calificado de pandemia revelan inequidad en los mercados y en las ganancias de los productores. En efecto, mientras en el mundo existen algunos pocos que se guardan los medicamentos para protegerse de un eventual brote del mal, muchos reclaman el acceso que los cure de la enfermedad adquirida, en situación que llevó a la OMS a pedir a los grandes laboratorios el cumplimiento de su obligación de poner en el mercado sus productos. La otra, es la que sufren los países sometidos a pagar tanto por los medicamentos, prácticamente un tributo desmesurado por una propiedad intelectual que también debería pertenecer a los antecesores de los actuales científicos, que con sus conocimientos contribuyeron al avance del conocimiento de la humanidad. Y no es que se pretenda que no haya retribución a los avances científicos, sólo se espera que sea justa.

Mediante la especulación y el abuso de su posición dominante en el mercado, los laboratorios directamente beneficiados del show mediático con la nueva mutación de la influenza están enriqueciéndose en forma injustificada, así esas ganancias no aparezcan tan desmedidas como cuando se trata del abuso con las patentes de retrovirales para atenuar el sida. Esa situación que se repite una y otra vez en detrimento de la salud de la humanidad, pone de presente la necesidad de modificar el sistema de propiedad intelectual y los mecanismos de distribución de medicamentos indispensables para la conservación de la vida humana, de manera que sea posible que las ganancias de las grandes multinacionales farmacéuticas no se hagan a costa de los sistemas públicos de salud de los pueblos pobres del mundo. Tiene que encontrarse un remedio a esta lacra de la sociedad moderna.

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