Editorial
El País, cali
Septiembre 09 de 2009
Ese es el oscuro panorama que parece abalanzarse sobre la libertad de expresión, de información y crítica, en la región. En Venezuela es el régimen chavista que judicializa a los periodistas y los medios que no son afectos a él. Y son los grupos de choque leales al Gobierno, o las mismas autoridades policiales, las organizaciones que tratan de liquidar la información que no coincide con los dictados oficiales. Hace dos años fue Radio Caracas Televisión. Después, el turno les correspondió a 32 emisoras descalificadas por su independencia. Ahora es el canal Globovisión, acosado por investigaciones administrativas y fiscales, por multas y acusaciones penales del alto gobierno, procesadas con velocidad admirable en los despachos judiciales.
Cuando los países llegan a permitir que los gobiernos puedan calificar como terroristas a los medios, sin que
Más allá de las normas, la práctica ha demostrado que el periodismo libre, crítico e inquisidor de las conductas que le hacen daño a la sociedad, está en la esencia misma de la democracia. Y no son los códigos hechos para callar y la coerción, los factores que evitan los abusos y las desinformaciones nacidas de intereses distintos a la verdad.
Así como la libertad de expresión no puede ser usada como licencia para lesionar la honra y desvirtuar los hechos, tampoco es aceptable que el triunfo electoral y el control absoluto de un Estado terminen decidiendo lo que se puede o no informar, cuándo existe el delito de opinión y de qué manera puede silenciarse su capacidad de denuncia. Esa es la tentación totalitaria que Latinoamérica debe rechazar.
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