lunes, 7 de septiembre de 2009

Las marchas antichavistas

Por Alfonso Monsalve Solórzano

El Mundo, Medellín

Septiembre 6 de 2009

Las demostraciones del viernes, en todo el mundo, contra el presidente Chávez fueron altamente significativas.

Aunque no alcanzaron los niveles de movilización que sus organizadores esperaban, sí fue evidente que hay sectores de la opinión pública nacional e internacional y de la propia Venezuela, que sienten que las actuaciones políticas de Chávez han traspasado los límites, no digamos de la diplomacia, sino de la decencia. En el país del gran Bolívar, tan distinto a la caricatura de que de él ahora se nos presenta, la movilización ciudadana fue admirable. Muy pronto, todos los opositores que se manifiesten públicamente, por ley, irán a la cárcel. Pero ya hoy, de hecho es así: todo mundo vio por televisión cómo se encarcela a un opositor que pretende proteger a un simpatizante de Chávez, de una posible agresión, con el increíble argumento de que era quien encabezaba el ataque.

En Colombia, por obvias razones, se ha sentido el nivel de agresión que dicho presidente viene desarrollando contra nuestras instituciones. Pero duele ver cómo ha crecido el exilio venezolano. Y llama la atención como los hondureños, y otros pueblos latinoamericanos, así como gentes de otras latitudes se pronunciaron contra esta forma de hacer política.


El cansancio que las actitudes de Chávez producen, ya se refleja en los pronunciamientos de países y líderes importantes de izquierda en el vecindario. Por ejemplo, el congreso y el presidente brasileños criticaron la forma como el régimen bolivariano asalta a los medios de comunicación e intenta homogenizar la opinión, borrando, mediante el proceso de criminalización de la disidencia. Lula dijo que él nunca haría eso, porque, precisamente, se había abierto espacio político desde la oposición luchando por tener resonancia en esos medios.


Un problema adicional y no menos grave con el mandatario venezolano es que los denuestos y malos tratos van acompañados de medidas intolerables de presión económica para golpear de manera ilegítima y desleal a la economía colombiana. Este tipo de prácticas está claramente condenado en el derecho internacional, pues es una forma de agresión, que en este caso raya los límites de la guerra económica. Un país puede comprar a quien quiera, pero una vez establecidos los intercambios comerciales, estos deben regirse por las reglas estipuladas mutuamente, las cuales no pueden ser cambiadas a voluntad de una de las partes, y mucho menos, para ahogar al otro. Para esos existen los tratados, los tribunales y las formas consensuadas de resolver las diferencias.


En la Guerra Fría, el embargo económico a Cuba fue el arma que usaron los Estados Unidos para golpear el régimen castrista, embargo que inexplicablemente todavía se mantiene, y cuya única consecuencia ha sido exacerbar las condiciones de vida de millones de inocentes. Pues bien, el presidente revolucionario venezolano que tanto odia al imperio aplica a la economía colombiana una estrategia similar –ahogar la economía- valiéndose del hecho de que se trata de nuestro segundo mercado más importante y que la economía colombiana se resentirá enormemente por su abrupta y arbitraria pérdida. Su estrategias, propia de un imperio, quizá busca con esto desestabilizar el país, generando pobreza y desempleo con la esperanza de que ello causará una revuelta o un cambio de dirección de los próximos gobiernos colombianos.

Si esa hipótesis es cierta, el mismo ejemplo cubano nos da la respuesta. No sólo no hubo cambio de orientación en el régimen, sino que éste se afianzó al reforzar el tejido de orgullo nacional que rechazaba tal agresión. Igual ocurrirá en Colombia. La gente del común ya sale a las calles a protestar abiertamente contra Chávez. Los empresarios colombianos, a quienes ya no sólo se les cierran los mercados sino que ni siquiera se les paga lo que han vendido, le piden al gobierno colombiano que haga lo que tenga que hacer, aun contra sus propios intereses inmediatos. Y, qué dirán de los empresarios allí instalados, que han contribuido a crear el sector real de la economía de ese país distinta al petróleo, se les amenaza con confiscarles sus empresas tildándolos de mafiosos narcotraficantes.


Lo único que logrará Chávez es afianzar la unidad nacional en torno a la defensa de la democracia y la libertad. Cada vez le será más difícil convertir en realidad su estrategia de reconstruir la Gran Colombia sobre la base de un régimen despótico y dictatorial. El ideal de una región andina y una Suramérica, integradas sólo es posible desde la democracia liberal, como lo demuestra la Unión Europea.

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