Por Rafael Nieto Loaiza
El País, Cali
Septiembre 13 de 2009
En Colombia la política electoral, la violencia y el fútbol acaparan toda la atención. Los otros temas son relegados a breves notas en páginas interiores y a comentarios muy especializados. Y, sin embargo, hay otros asuntos que son vitales y que deberían concentrar nuestra atención y nuestro esfuerzo.
La corrupción es uno de ellos, aunque la pobreza es quizá aún más importante. Después de dos años sin datos por un inexplicable error del Dane, una encuesta de
Admitamos que la pobreza se redujo en siete puntos desde el 2002, cuando los pobres eran el 53,7%, algo más de la mitad de la población colombiana. Y que la indigencia bajó un par de puntos desde el 19,7% de ese año. Digamos también que la situación en las ciudades, en particular en las treces áreas metropolitanas, es mucho mejor que en el resto del país. En ellas la pobreza disminuyó casi 10 puntos porcentuales entre el 2002 y el 2008, al pasar de 40,3% a 30,7%. En cambio, en el resto del país la pobreza cayó apenas 4,1 puntos porcentuales.
Parece claro que los grandes problemas de pobreza están en las áreas rurales y que el diseño e implementación de políticas adecuadas para el campo son el gran desafío. La provisión de seguridad es fundamental y condición necesaria para superar la pobreza, pero resulta insuficiente. Y queda comprobado que no basta con crecer para superar las brechas de pobreza. Después de tener los cinco años de mejores tasas de crecimiento en varias décadas, la pobreza apenas bajó. Y la inequidad sigue rampante: el coeficiente de Gini, que mide los indices de desigualdad, es igual en el 2008 que en el 2002: de 0,59, uno de los peores del continente.
Algunos expertos han advertido que los datos son difícilmente comparables con los de otros países porque la metodología de medición es diferente.
El criterio usado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo para medir pobreza es de ingresos de dos dólares diarios por persona y de uno para la indigencia. Es decir, si usaramos ese criterio, nuestro porcentaje de pobres y de indigentes sería bastante menor.
Pero ese es consuelo de tontos. Si bien no podemos incurrir en el error grosero de los líderes y columnistas de oposición de poner nuestros datos de pobreza al lado de los de otros países de América Latina con sistemas de medición más flexibles, tampoco podemos caer en la tentación de cambiar la metodología para mejorar las cifras comparadas.
En cualquier caso, los porcentajes son engañosos. Los datos absolutos son escalofriantes: ¡hoy tenemos 20 millones de pobres, de los cuales 7,5 millones viven en pobreza extrema! Con tal realidad, ¿qué proponen los candidatos?
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