El Nuevo Siglo, Bogotá
Septiembre 18 de 2009
LA manera de hacer política en Colombia cambió radicalmente con la era Álvaro Uribe. Hay un antes y habrá un después de. Un muy calificado estadista lo decía hace algún tiempo, refiriéndose a un personaje público. “El país que se va a encontrar Noemí Sanín a su retorno, no se parece en nada al que dejó”.
Sin entrar a calificar los individuos, la forma tradicional que pasaba por la diplomacia, la preservación de lo privado, la separación con pinzas de la información apta para las masas y la que requería manejo estrictamente confidencial, quedaron atrás. La comunicación del Presidente es directa, sin matices, en lenguaje sencillo y cargado de la emoción que lo acompaña en el momento de comunicar. Él es fácil de leer por lo que dice, por lo que hace, por la forma como lo dice y hasta por sus silencios. Cuando no verbaliza, su rostro habla por sí mismo. Es decir, tenemos un gobernante que se conecta directamente con la parte que nos unifica como seres humanos: las emociones.
Se conjugan en él la inteligencia, una extraordinaria capacidad de comunicación, dominio de los medios audiovisuales, incansable copamiento de los espacios de información en un estilo único que lleva a sus televidentes a identificarse con sus regaños, con sus afectos o a rodearlo cuando expresa abiertamente que se siente calumniado o perseguido. Ese estilo trasladado a las relaciones internacionales explica el porqué nadie quiso perderse el encuentro de los presidentes latinoamericanos en Unasur. Lo viven como una estrella de telenovela. Comparten sus tristezas, se emocionan con sus éxitos y están dispuestos a enfrentar a sus detractores, a quienes no les toleran una salida emocional.
Los círculos tradicionales de poder mediático perdieron influencia en Colombia. Cuando Álvaro Uribe apareció en la escena pública con un 5% en las encuestas y poco acceso a los grandes, nadie sospechó que estaba armando su propia red de medios en nivel nacional. Con paciencia y terquedad únicas empoderó a cada periodista de pueblo, ciudad o caserío que encontró en sus giras por Colombia, y fue sumando 1% más 1% hasta construir nuevas mayorías. Ya no tenía que acudir con la cabeza gacha a pedir un espacio a los grandes conglomerado porque los había “baypasiado”, ahora ellos tenían que buscar la forma de acercarse a él.
Desde el inicio de sus gobiernos marcó distancia con los ex presidentes. Les quitó ese fuero tácito que los protegía, puso el espejo retrovisor, señaló responsabilidades históricas, desconoció sus consejos o simplemente no se los solicitó. Los bajó de sus pedestales y empezó a darles trato de ciudadanos comunes y corrientes. Sin poder, ni influencia. Todos trataron de acercarse de diversas maneras. Apoyándolo en los momentos de crisis internacionales, rodeándolo frente a los grandes éxitos en su política de seguridad democrática y manteniendo su independencia frente a las diferencias, pero, ni de cerca, ni de lejos. El poder de los ex presidentes en Colombia se debilitó.
Aprovechó el profundo conocimiento de la clase política tradicional, con sus debilidades y fortalezas, y como el abrazo del oso asimiló a sus detractores de todas las épocas hasta casi desaparecerlos, sin dejarles posibilidad de retorno a la oposición.
Indudablemente todo cambió.
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