Adriana La Rotta
El Tiempo, Bogotá
Septiembre 19 de 2009
Hong Kong. No será la inauguración de un Mundial de Fútbol o la apertura de unos Juegos Olímpicos, pero en todo caso la conmemoración de los 60 años de fundación de la República Popular China que ocurrirá en menos de dos semanas será seguida por televisión por varios millones de pares de ojos dentro y fuera de China, aunque no necesariamente por las razones obvias.
No hay duda de que el espectáculo valdrá la pena. Será una de esas desmesuradas superproducciones que acostumbran a hacer los chinos, en las que decenas de miles de participantes elaboran complicadas coreografías con una perfección cercana a la psicosis. Los detalles de la ceremonia en la emblemática Plaza Tiananmen son casi un secreto de Estado, pero se sabe que tendrá fuegos artificiales, una procesión de luminarias, toneladas de himnos patrióticos y mucha acrobacia.
Todo muy entretenido, pero lo relevante no sólo para los televidentes, sino para el mundo entero, será el impresionante desfile militar con que China marcará la fecha y que permitirá constatar de primera mano en qué va el desarrollo bélico del país que aspira a ser la próxima potencia global.
Los gastos de defensa chinos -al menos los que el país asiático declara oficialmente- siguen siendo irrisorios comparados con los de Estados Unidos, si se tiene en cuenta el tamaño de su población y la extensión de su territorio, pero hay una diferencia fundamental y es que China no es ni aspira a ser una democracia.
La falta de transparencia que caracteriza al régimen de Beijing impera también en lo militar y si es poco lo que se sabe acerca del armamento que está comprando y desarrollando, más nebulosa aún es la noción de por qué lo tiene y cómo piensa usarlo. No se trata de estigmatizar al gigante asiático por envidia de su creciente influencia mundial, pero si el siglo XXI será el siglo de China, es legítimo preguntarse qué clase de mundo tienen los chinos en mente.
En su reporte este año al Congreso norteamericano sobre la capacidad militar china, el Pentágono dijo que las tecnologías y las armas que el país está perfeccionando sirven no sólo para intimidar y atacar a Taiwán, su enemigo natural, sino también para disputar la superioridad de las fuerzas aéreas y navales estadounidenses.
La queja de los norteamericanos es que China está en un acelerado proceso de transformación de su ejército, que de ser una fuerza masiva diseñada para pelear largas guerras dentro de su territorio, se está convirtiendo en una fuerza capaz de ganar conflictos cortos y de alta intensidad con adversarios tecnológicamente sofisticados, precisamente como Estados Unidos.
Uno de los ejemplos más claros de esa estrategia es la velocidad a la que China está construyendo submarinos. Los expertos creen que China ya tiene más submarinos que Rusia y es posible que antes de que termine esta década haya superado también a los norteamericanos. Cuál es el propósito de esa carrera armamentista, es lo que todo el mundo se pregunta.
El argumento de Beijing es que, comparado con el de otras potencias, su gasto militar sigue siendo muy bajo y que su objetivo es desarrollar un ejército que sea proporcional a su fuerza económica y a su estatus internacional.
Es un anhelo legítimo, dirán algunos. ¿Si otros países tienen un ejército sofisticado por qué China, que ya es la tercera economía del planeta, no lo podría tener?
Volviendo al desfile, a comienzos de este mes hubo un ensayo nocturno y el armamento que se vio en ese abrebocas dejó perplejo a más de uno. En total, medio centenar de armas de nueva generación serán mostradas en la conmemoración; entre ellas, misiles de alcance intercontinental.
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