Por César Montoya Ocampo
Septiembre 3 de 2009
La acción persistente del coronel Chávez y su preponderancia gritona en los cónclaves internacionales, le han asegurado un espacio intimidante para sus tesis y para Colombia, una recelosa y precavida neutralidad diplomática.
Con estas palabras despectivas, calificó Ernesto Samper Pizano a quienes celebramos la presencia de tropas y naves militares de los Estados Unidos en bases colombianas. Dichos acuerdos han suscitado críticas severas y adjetivos virulentos con invocación de un nacionalismo chauvinista, calificando a Colombia como el Israel de América.
La llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela ha modificado las relaciones entre las naciones de este continente. Su desabrochada ambición de convertirse en el vocero de toda América, lo llevó a financiar, por tercera mano, los comicios presidenciales en Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Nicaragua y la intromisión en el devenir de Honduras a través del ex presidente Manuel Zelaya. Con excepción del Perú, su apoyo económico y la retórica antinorteamericana han calado con resultados favorables en las elecciones de esos países. Pero además, sus desbordes verbales y el tono amenazante de sus discursos, han permeado las reuniones de los mandatarios. Brasil, Paraguay, Chile, Uruguay, guardan una aparente neutralidad que, en la hora de la verdad, los lleva a asumir una tercería blandengue de equilibrio, cuando no de abierto apoyo al demagogo venezolano.
La avanzada de Chávez va más allá. Sus permanentes visitas a China, Rusia y a Irán, le han permitido oficializar alianzas peligrosas. Venezuela quiere ingresar al mundo nuclear y ha consolidado convenios militares con esos dos países. A la tierra del barato parlador, han llegado inmensos trasatlánticos de guerra, y la sofisticada aviación rusa ha utilizado sus aeropuertos en impresionantes demostraciones de capacidad bélica. Preocupa su arsenal, recientemente adquirido: 24 cazas multifuncionales, 38 helicópteros, 100 mil fusiles, submarinos, buques de vigilancia y patrulleros, 10 radares, tres submarinos, cazabombarderos y bombarderos furtivos, misiles antiaéreos, aviones ligeros, 39 overcrafts, instalación de fábricas de fusiles, municiones y explosivos, tanques de batalla, etc.
Más aún: Chávez, el bocón, ha preparado centenares de jóvenes en las artes de la guerra capacitándolos para un eventual conflicto con la nación americana o con esta tierra libertada por Bolívar. Venezuela es un fortín marcial. Todavía más: a causa de las agrias relaciones con nuestra patria, ha manifestado que está haciendo más adquisiciones para su desafiante polvorín. Con estupor escuchamos en una de sus vinagrosas intervenciones, cómo ordenó desplazar unos batallones a la zona limítrofe con Colombia y amenazó con utilizar los sukhois, aviones superveloces de combate.
Reconoce el ex presidente Samper que estamos “en medio de la actual y demente carrera armamentista latinoamericana”. Es cierta esa observación en la que hay que excluir a Colombia. Hemos tenido que modernizar los equipos de defensa para atender el conflicto doméstico con la subversión. El mundo sabe que desde hace cuarenta años padecemos una guerra fratricida, desencadenada por una guerrilla que ha hecho del narcotráfico su filón de oro.
A los criterios anteriores, hay que registrar el aislamiento que sufre nuestra patria en toda América. La acción persistente del coronel Chávez y su preponderancia gritona en los cónclaves internacionales, le han asegurado un espacio intimidante para sus tesis y para Colombia, una recelosa y precavida neutralidad diplomática.
Frente a esta escueta realidad, ¿cuál debe ser nuestro comportamiento?, ¿cruzar los brazos y consentir que el vecindario adquiera sin control armamento ofensivo? ¿asimilar con masoquismo resignado los insultos que a diario nos lanzan allende las fronteras?, ¿aceptar en silencio que los países colindantes hagan alianzas militares teniendo como mira una posible agresión en gavilla contra nuestra patria?
La conclusión es obvia. Debemos fortalecer el sistema defensivo. Nada ha dicho Colombia cuando registra las dañinas alianzas de Venezuela, ni tampoco le contesta al Presidente de Ecuador quien vociferó que el próximo desacuerdo con nosotros sería resuelto a bala. La diplomacia de Colombia se ha caracterizado por un silencio digno, asimilando improperios, tragándonos con lacerado mutismo las provocaciones de mandatarios con boca irresponsable.
Es obvio que queremos y buscamos la solución pacífica de eventuales diferencias con las naciones hermanas. Jamás Colombia ha hecho de la agresión una norma de conducta. Somos un país pacífico.
¿Nos ofenden cuando nos comparan con Israel? No. Si este pequeño territorio no tuviera el contundente respaldo de los Estados Unidos, ya habría sido borrado del mapa. Hacia el futuro, ese podría ser el destino de Colombia.
Celebramos el comportamiento del presidente Uribe en la reunión de Bariloche. Su claridad y firmeza merecen el respaldo y el aplauso de todos nuestros compatriotas.
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