domingo, 13 de septiembre de 2009

Una costosa lección

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Septiembre 13 de 2009

A veces, dicen quienes saben de efemérides, los aniversarios resultan ser tan importantes como los eventos que los originaron. Eso es lo que le ocurre por estos días al mundo económico, con ocasión de cumplirse un año del momento en que la quiebra del banco de inversión neoyorquino Lehman Brothers estuvo a punto de hacer colapsar al sistema financiero global. Si bien esa probabilidad es hoy en día casi nula, las réplicas del terremoto de hace 12 meses todavía se sienten. Quien lo dude no tiene más que mirar las pobres cifras de crecimiento de los más diversos países, que han contribuido a un aumento significativo del desempleo y los índices de pobreza en todas las latitudes.


Ese coletazo, sin embargo, se veía todavía más grave a mediados de septiembre del 2008, cuando el gobierno del entonces presidente George W. Bush decidió no darle la mano a una compañía que había sido fundada por tres hermanos de ascendencia alemana en un remoto pueblo de Alabama (Estados Unidos) en 1850. Desde entonces, y con algunos altibajos, la firma cambió de manos en repetidas ocasiones hasta convertirse en un conglomerado financiero con operaciones en las principales plazas del capitalismo. El problema es que buena parte del acelerado crecimiento de Lehman Brothers durante la presente década tuvo que ver con sus apuestas en el mercado de finca raíz norteamericano, y cuando la burbuja de los precios se reventó, su suerte quedó echada.

No obstante, la esperanza hasta última hora era que el Tío Sam le diera la mano -así como ya lo había hecho con otros- a un emporio cuyos pasivos ascendían a casi 800.000 millones de dólares. Pero cuando eso no ocurrió y el espectro de más quiebras empezó a pasearse por las naciones más ricas, comenzó la operación de salvamento más cuantiosa de la historia de la humanidad. Esta ha implicado la entrega de dinero por 2,7 billones de dólares a entidades financieras, tanto en préstamos de emergencia como en inyecciones de capital, con lo cual los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Suiza y Estados Unidos, entre otros, son accionistas de decenas de bancos.

La audaz estrategia de rescate fue efectiva y, con el correr de los meses, el crédito volvió de nuevo a fluir y las tasas de interés a bajar. Pero la larga parálisis en ese campo contagió al sector real, lo que ocasionó un desplome de las ventas de todo tipo de artículos, cierres de fábricas, despidos masivos y una disminución superior al 12 por ciento de los volúmenes del comercio mundial. La debacle llevó también en su momento a la aprobación de multimillonarios paquetes de ayuda estatal, orientados a apuntalar la frágil demanda mediante programas de obras públicas y subsidios a industriales y consumidores.

Hasta la fecha, los analistas reconocen que lo hecho fue bueno, pues evitó una contracción profunda. Sin embargo, también aceptan que, a pesar de los alivios, el impacto del golpe ha sido descomunal. Según la Cepal, en el primer semestre del 2009, el 81 por ciento de los países del globo estaban en recesión económica, mientras que para la OIT hasta 50 millones de personas podrían perder su trabajo.

Incluso ahora que empiezan a multiplicarse los llamados 'retoños verdes', consistentes en una reactivación de la actividad fabril, del consumo y de los precios de las acciones en los mercados de valores, hay conciencia de que la recuperación será lenta. Tal como dijo hace unos días el director-gerente del Fondo Monetario Internacional, el francés Dominique Strauss-Kahn, la crisis está comenzando una tercera fase. La primera fue la debacle financiera y la segunda la del sector productivo. Ahora viene la del desempleo, que seguirá su marcha ascendente durante varios meses, a pesar de que el aparato industrial está de nuevo en movimiento.

Pero, al tiempo que eso ocurre, la preocupación de los líderes es evitar que los excesos que condujeron a la situación actual se vuelvan a presentar. Por tal motivo, en la reunión de presidentes y jefes de Estado pertenecientes al Grupo de los 20, que tendrá lugar dentro de diez días en la ciudad norteamericana de Pittsburgh, el punto más destacado de la agenda es el de los nuevos requisitos para el sector financiero.

Algunos, por ejemplo, quisieran limitar el sistema de bonos salariales, que estimulan la toma de riesgos y dan origen a sueldos descomunales. Otros insisten en la creación de una instancia regulatoria global, encargada de hacer sonar las alarmas ante potenciales abusos.

Sin desconocer que puede haber algún tipo de acuerdo, todo indica que será muy difícil que exista consenso a la hora de definir los detalles. Hecha esa afirmación, lo más posible es un aumento de los requisitos de capital que se exigen para ciertas operaciones, así como el fortalecimiento de los entes de control nacionales, lo cual llevará a una senda de mayor moderación.

La inquietud, por supuesto, es si eso resultará suficiente. En respuesta, los conocedores de la historia señalan que, al cabo de unas pocas décadas, las lecciones que dejó la quiebra de Lehman Brothers se olvidarán y otra vez la codicia derrotará a la prudencia. Mientras eso ocurre, el desafío es mantenerle la rienda corta al sector bancario, algo que le permitió a América Latina, en general, y a Colombia, en particular, salir indemne del huracán financiero. Gracias a ello, y a pesar del coletazo que ha afectado el crecimiento y el empleo en la región, la perspectiva es que esta zona del mundo salga adelante con más rapidez que aquellas en donde la ambición no tuvo límite.

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